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Agustín Muñoz-Grandes

Que los caminos, Agustín, se allanen a tus pies. Que el viento sople siempre a tu espalda. Que el sol brille templado en tu viaje sobre tu rostro. Que tu amor a España, tu honestidad y decencia te guíen hasta la luz

Ha fallecido un gran español, un soldado ejemplar, síntesis de la vocación de servicio a España y decencia en el desempeño de su brillante carrera. Teniente General del Ejército, Capitán General de la Segunda Región Militar con sede en Sevilla, General Jefe de las Fuerzas de Acción Rápida, legionario, paracaidista, ayudante de Su Majestad el Rey Don Juan Carlos I, profundo cristiano, generoso, entregado a su Patria y a su familia, siempre dueño de la palabra justa y medida, y señor de sus silencios. Después de más de cuarenta años de servicio a España, un modesto jubilado, un militar en la Reserva que, como todos sus compañeros de Armas, renunció a los bienes materiales en beneficio del grandioso fin de su permanente servicio a España y los españoles.

Agustín Muñoz-Grandes Galilea era hijo del Capitán General Agustín Muñoz-Grandes, vicepresidente del Gobierno, y General de la División Azul. Recuerdo de niño su figura, paseando por el bulevar de la calle de Velázquez en completa soledad sin escoltas ni guardaespaldas. Siendo, después del Jefe del Estado, el militar de más alto rango de España, cumplida su misión y su gloriosa carrera, abandonado el poder, conducía el lujoso coche que pudo adquirir con sus ahorros. Un automóvil fastuoso e impactante. Un Seat 600 de color claro. Con independencia de las ideas encontradas, aquel poderoso Capitán General, consiguió su lujoso Seat 600 con un solo privilegio. No tuvo que esperar el turno de entrega. Lo solicitó, pagó las 55.000 pesetas que pudo reunir, y se lo entregaron. Cuando falleció, su hijo Agustín heredó el Seat 600 y la honradez militar de su padre.

Agustín se casó con una mujer maravillosa, «Jueni» López de Lamadrid Satrústegui, comillana y vasca, siempre a su lado en todos sus destinos. Las mujeres de los militares son tan militares como ellos, y sus mejores recuerdos se remontan al recuerdo de ser la esposa del joven teniente Muñoz Galilea –no había unido aún su primer apellido–, en el Sahara Español. Soy amigo de «Jueni» y Agustín desde hace más de cuarenta y cinco años. Comillas y Ruiloba. Los veraneos antiguos, la intimidad respetada. En la bolera montañesa de Estrada, mi petición.

–Agustín, tira una bola–; su respuesta, tajante. –Un General no puede hacer el ridículo en público–.

Hace unos años desmejoró. Pero jamás se le escapó una queja. Siempre mantuvo la figura alta y gallarda del eterno soldado. Discreto hasta la desesperación. Convivió con el Rey la noche más difícil de su reinado, la del 23 de febrero. Le pregunté por detalles, hechos, gestos y reacciones. A pesar de nuestra amistad, ni una palabra. Eso sí, guardo como oro en paño sus tarjetones manuscritos comentando mis artículos, y sus llamadas puntuales, y el honor de su presencia siempre que recibí, inmerecidamente, una honra militar. Lo menos que puede hacer un Teniente General es acompañar al más viejo Cabo 1º en activo del Ejército de Tierra. Porque tú no has dejado de estar en activo jamás, escribiendo y hablando lo que los militares sentíamos pero no podíamos decir ni escribir”. Lo he transcrito de uno de sus tarjetones.

Cuando su suegra, Marta Satrústegui, marquesa viuda de Lamadrid, falleció a los 104 años de edad, los 104 años más guapos e inteligentes de España, le escribí un artículo cuyo párrafo final emocionó a Agustín. Se trataba de un texto breve de despedida irlandés, lleno de fe y de esperanza, y adaptado a nuestras circunstancias. Y con ese mismo texto que tanto le gustó, de mi amigo Agustín me despido. Es una manera elegíaca de enviarle un abrazo agradecido con un «hasta luego».

Que los caminos, Agustín, se allanen a tus pies. Que el viento sople siempre a tu espalda. Que el sol brille templado en tu viaje sobre tu rostro. Que tu amor a España, tu honestidad y decencia te guíen hasta la luz. Que la Virgen del Pilar, al verte, te sonría. Y que Dios te sostenga siempre y para siempre con su mano protectora.

Gracias como español y como amigo, Agustín, mi General.