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«Operación Dátil», o Mortadelo y Filemón en Rabat

La gloriosa estrategia ante Marruecos se estudiará en las escuelas diplomáticas como ejemplo de lo que no hay que hacer

Como es evidente, en mi infancia no había videojuegos. Bueno, sí, pero de aquella manera... Durante una temporada mi padre tuvo un barco congelador en Canarias. En uno de sus viajes allá retornó a La Coruña con algo del futuro: ¡un videojuego! (aunque entonces no lo llamábamos todavía así). Cuando lo instaló en la tele, algunos vecinos se pasaron a ver aquel asombro. A ojos de hoy el espectáculo era rupestre: un juego de pimpón de pantalla negra, con dos palitos blancos a modo de paletas y un puntito como pelota. Y sin embargo nos mantuvo fascinados dos o tres semanas.

Sin consolas ni móviles, los chavales de entonces jugábamos, escuchábamos música de casete, veíamos la tele de dos canales –probablemente mejor que la de ahora– o leíamos tebeos y novelas. Hasta hablábamos en las comidas. ¡Incluso con nuestros padres! Parte de la «educación sentimental» de mi generación, por usar la expresión pedante en boga, fueron los tebeos de la casa barcelonesa Bruguera, en una época en que todavía Cataluña no era rehén de la catetada separatista y exportaba cultura a toda España. Anacleto, Rompetechos, la Rúe del Percebe 13, Pepe Gotera y Otilio… Pero, por supuesto, los reyes eran Mortadelo y su jefe Filemón, agentes de la TIA, que siempre acababan metiendo la zueca y arrancándonos una risita con sus patosadas.

El gran Ibáñez, el padre de Mortadelo, podría regalarnos hoy un tebeo suculento relatando a su modo de astracán las andanzas morunas –y perdonen la incorrección política– del mandatario Filemón y su ministro de Exteriores, Mortadelo, al que algunos apodan también Napoleonchu por su altísimo concepto de sí mismo (resultaba entrañable verlo salmodiar el día antes de la invasión rusa aquello de «todavía hay tiempo para la diplomacia», cuando resultaba evidente que Putin iba a entrar en horas hasta la cocina).

La historieta de Ibáñez que nos ocupa podría titularse «Operación Dátil, o resbalón en Rabat». El argumento es fácil de resumir. Filemón se ha convertido en presidente de España. Pero en lugar de llevarse bien con el Rey de Marruecos, que tiene la manija del control de las pateras y del terrorismo islámico en la zona, Filemón le hace un feo nada más llegar al poder, yéndose a París a hacerse una fotito con Macron, que es más guapo y más chachi que Mohamed. Al sátrapa, muy picajoso para todo lo simbólico, ese detalle no le hace ni pizca de gracia y se nubla la relación bilateral. Tres años después, Filemón vuelve a equivocarse. Esta vez mete la pata ya hasta el fondo, pues no se le ocurre idea mejor que traerse a España de tapadillo al archienemigo de Mohamed, el jefe del Polisario. Como la TIA es bastante chapucera, esa visita acaba trascendiendo, por supuesto. El sultán arde en cólera. Retira a su embajadora, relaja el control de las pateras y abre las fronteras en las plazas españolas de Ceuta y Melilla, provocando una invasión de muchachos marroquíes, a los que de manera impresentable utiliza como munición humana para presionar a España.

Filemón se da cuenta de que que la ha cagado con todo el equipo, si me permiten expresarlo de manera gráfica. Para intentar congraciarse, sirve en bandeja la cabeza de su ministra de Exteriores, una amateur a la que el puesto le quedaba más grande que una camiseta de Shaquille O’Neal al pequeñín de «Juego de Tronos». Pero Mohamed no cede, continúa enfurruñado y haciéndonos puñetitas. Los servicios secretos de la TIA incluso alertan a Filemón: ojo con Marruecos, presidente, que pueden liarla todavía más. Y es entonces cuando el gran Filemón, desvelado por un jaleo que él mismo ha montado, tiene otra idea genial: entregarle de la noche a la mañana el Sáhara Occidental a Mohamed, cambiando de un plumazo, y también de tapadillo, una política exterior española de consenso que había durado más de 30 años.

Mohamed no cabe en sí de gozo. ¡Vaya bicoca! Le ha doblado la mano a España sin dar nada a cambio, pues lo único que ha hecho es retornar al estatus previo a la llegada al poder del pagafantas Filemón. El Rey marroquí flipa: ha logrado gratis su mayor reivindicación. Y es que Filemón y Mortadelo han cedido sin cuidarse de exigir a cambio un documento formal firmado que garantice el respeto a la españolidad de Ceuta, Melilla y Canarias. Pero seamos un poco más rigurosos y exactos. Mortadelo y Filemón sí han conseguido algo. Como muestra de su inmensa magnanimidad, en un formidable alarde de buena vecindad, el sultán los ha invitado a tomarse unos dátiles con él en su palacio a modo de celebración del final del Ramadán. Y allá va Filemón, que en España se dedica a acosar a los católicos todo lo que puede, moviendo la colita felicísimo rumbo a la fiesta religiosa de Mohamed, que se troncha viendo cómo ha tomado el pelo a los políticos españoles más panolis con que ha lidiado el Reino de Marruecos en los últimos setenta años. De propina, Filemón logra cabrear a nuestro principal proveedor de gas, Argelia, que ya nos lo está subiendo como represalia. Un éxito.

(PD. Huelga decir que Mortadelo y Filemón se creen unos maestros consumados de la diplomacia, a cuya sombra Metternich, Talleyrand y Kissinger eran unos gañancetes. El corolario es el ya conocido: no saben. Hay que relevarlos).