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El doblegador de curvas

Sánchez y los Belarros se ponen estupendos con media España, con Dios o con Felipe VI. Pero ven un musulmán, un terrorista o a cualquier otro hijo de Putin y se lanzan de cabeza, doblegando las curvas que sean menester, a hacer un poco más de historia

Pedro Sánchez siempre está haciendo historia o doblegando curvas, que son sus dos especialidades. Todo lo que hace es histórico, y lo hace siempre antes, durante o justo después de doblegar una curva, que debe ser tarea mareante y agotadora.

Cuando no es la curva de la pandemia es la de la crisis o será la de la guerra, varias veces doblegadas todas como el Forrest Gump que se puso un día a correr y no paró hasta dar la vuelta al mundo.

Y cuando no hace historia presentando un plan sin precedentes para superar su propio estropicio económico, la hace bajándose al moro a entregarle el Sáhara a cambio de una bandera española invertida.

Hasta Bismark, que guarda las mismas diferencias con Sánchez que un corcel de un burro, sabía que nadie hace historia y que la posición más cauta y razonable es esperar a que se haga sola. Que es lo que le ocurre siempre a este Gobierno superado por unos acontecimientos presentados previamente como una oportunidad para pasear sus inexistentes virtudes.

La pandemia concluyó, si la damos por terminada, con una de las peores cifras de mortalidad del mundo. Y la economía se despeñó bailando un valls con el virus, sin pisarse: repitió sus movimientos hasta destrozar como nadie el PIB y enmendar el lema sanchista hasta transformarlo en un «Salimos más pobres» aún vigente.

Todo lo que dijo este presidente, sobre todas las cosas, o era equivocado o era falso. Y con Marruecos pasará lo mismo: la mejor prueba de que va a ser un mal negocio para España es que Sánchez I de España y V de Perejil lo ha presentado como otro acontecimiento histórico.

El episodio marroquí, sobre el que se comenta que aún se escuchan las carcajadas de Mohamed VI en el Apolo 11 situado a 386.000 kilómetros de la Tierra, hay que ponerlo en la misma estela que los indultos a golpistas y las excarcelaciones de terroristas. Y rogar a Dios para que el fondo de pantalones de Moncloa tenga existencias para tanto roce con el suelo.

Les hemos regalado a los moros lo que no era suyo ni nuestro, a cambio de algo que ya teníamos y se perdió por meter a hurtadillas a Ghali, el jefe polisario con pinta de miliciano checheno: todo lo que Marruecos ha puesto en el comunicado conjunto con España le interesa más a Rabat que a Madrid, y a cambio logra además ese pedacito de África donde llevan decádas malviviendo decenas de miles de personas.

El chusco episodio de Pedrito cenando dátiles con la bandera del revés solo ha tenido una virtud: permitir el retrato final de Podemos como los «bobos» que son, en la terminología utilizada por los franceses para definir a los «bohemios-burgueses» que aquí los castizos llaman «pijiprogres».

Tanto pañuelo palestino, tanta bandera saharui, tanta camiseta del Ché, tanto «No pasarán», tanto «Arderéis como en el 36» y tanta cuchufleta quinceañera y al final se han comido doblado el abandono del Sáhara, como antes la guerra en Ucrania y después los atracos fiscales a la clase currela.

La moraleja de todo es emocionante: Sánchez y los Belarros, que parecen un grupo para animar las cenas con baile, se ponen estupendos con media España, con Dios o con Felipe VI. Pero ven un musulmán, un terrorista o a cualquier otro hijo de Putin y se lanzan de cabeza, doblegando las curvas que sean menester, a hacer un poco más de historia.