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El observadorFlorentino Portero

Tiempos de desconfianza

La cruzada que el presidente Biden ha iniciado contra Putin va a tener efectos en el Viejo Continente que pueden acabar favoreciendo al Zar más de lo imaginable

Actualizada 03:12

Da igual en qué dirección fijemos la mirada. En todo Occidente hallamos un clima de profundo desencuentro entre los ciudadanos y sus dirigentes. Reconocemos una cierta revuelta contra las élites que han venido gobernando durante décadas, que finalmente se expresa en la crisis de los partidos políticos tradicionales y la emergencia de otros nuevos, con nuevos discursos y formas de comunicación. Ya no es un fenómeno sorprendente. Donald Trump propició una revolución en el sistema de partidos estadounidense, hasta el punto de que republicanos y demócratas son irreconocibles si los comparamos con lo que eran hace quince años. En realidad, en las presentes circunstancias lo excepcional es lo normal.

La globalización, efecto de los avances en el terreno de la ingeniería, hizo posible el establecimiento de nuevas cadenas de valor que permitieron grandes transformaciones empresariales. Pudimos acceder a nuevos y atractivos bienes a precios asequibles, pero con un alto coste social. Ingenieros de cuello blanco y trabajadores de mono azul perdían sus trabajos ante la externalización de los procesos productivos. No podemos entender la victoria de Donald Trump, el éxito del Brexit o el crecimiento de formaciones políticas como la encabezada por Le Pen sin valorar estas circunstancias y su efecto en el debate político.

Cuando Donald Trump exigió a los responsables de las corporaciones estadounidenses que repatriaran sus factorías se encontró con una circunstancia que no por prevista dejaba de impresionar: los primeros efectos de la IV Revolución Industrial reducían el impacto del papel de la mano de obra en el proceso productivo ante su imparable robotización. Si la reconstrucción de Occidente tras el fin de la II Guerra Mundial se fundamentaba en la consolidación de las clases medias, por naturaleza moderadas en sus opciones políticas ¿qué nos espera tras su imparable declive?

Como sabe el lector de esta columna venimos advirtiendo de que las sanciones que se están aprobando contra Rusia tienen mucho de improvisación y corren el riesgo de alimentar una crisis económica en Europa de graves consecuencias políticas. En general, desde 2008 estamos sufriendo problemas económicos de distinto signo que tienen como efecto final la aceleración del proceso de transformación económica propio de la IV Revolución Industrial. Estos procesos han provocado a lo largo de la historia muchos problemas, aunque finalmente nos hayan permitido alcanzar grados de bienestar, justicia y libertad nunca antes conocidos. Valgan como ejemplo las elecciones presidenciales francesas.

Macron representa a las élites tradicionales francesas por su formación, su carrera política y empresarial y por su actitud, tan altiva como carente de empatía con los problemas del francés medio. Le Pen procede de un entorno más mesocrático y su formación es, en el mejor de los casos, muy de andar por casa. Su evolución ideológica refleja oportunismo e inconsistencia. Es próxima a Putin, de quien ha recibido apoyo político y financiero. Propone una política menos europeísta y abiertamente antiatlantista… pero, sobre todo, denuncia lo que hay, anima un giro nacionalista y proteccionista y manifiesta una cercanía al ciudadano que muchos agradecen. Socialistas y republicanos han terminado fusionándose en una sola formación política, fiel al consenso socialdemócrata característico de estas últimas décadas, mientras que fuerzas críticas al sistema surgen a su derecha e izquierda. Globalización frente a nacionalismo. Libre mercado frente a un mayor intervencionismo del Estado.

El caso francés no es único. Las sanciones a Rusia están afectando a la economía europea, en unos países más que en otros, pero sobre un terreno ya de por sí resbaladizo. Los efectos de la globalización y la digitalización han quebrado consensos sociales que están en la base de nuestra convivencia. La cruzada que el presidente Biden ha iniciado contra Putin va a tener efectos en el Viejo Continente que pueden acabar favoreciendo al Zar más de lo imaginable. Las elecciones habidas en Hungría y en Serbia, así como el crecimiento de algunas fuerzas políticas en otros estados europeos, son manifestación de un malestar creciente que la citada cruzada no hace más que alimentar.

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