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Yolanda: ¿Qué fue de «Algo Maravilloso»?

El gran «proceso de escucha» de la vicepresidenta no arranca y los frentes judiciales cercan a las alegres comadres moradas

A finales del año pasado, todos los preocupados por el rumbo de España respiramos con alivio. Yolanda Díaz Pérez, joven abogada laboralista de 50 tacos, que las dos veces que se presentó a presidenta de Galicia obtuvo un llamativo éxito (cero escaños), daba un gran paso al frente para liderar «algo maravilloso». La maravilla era una nueva plataforma a la mayor gloria de la ministra de Trabajo y vicepresidenta por cuota de Podemos (colocada en ese puesto por el ya caído Iglesias Turrión, en enésimo ejemplo de la promoción digital y el machismo rampante de la casa morada). El proyectazo de Yolanda aspiraba a «cambiar la vida de la gente» -imaginamos que para bien- mediante la aplicación de políticas «feministas y ecológicas». Para que la cosa fuese súper guay, la líder solo admitía en su camarilla a mujeres, pues sabido es que todos los que hemos sufrido la tara de nacer con el cromosoma XY somos una especie de orangutanes de peligrosos instintos.

La alineación de «algo maravilloso» ilusionaba. Para la presentación del invento, celebrada en Valencia en noviembre del año pasado, Yolanda se rodeó de algunas de las más poderosas cabezas del siempre fecundo pensamiento «progresista». Allí, sentadas en el escenario en sillones de diseño, se encontraban auténticos mitos -¿o debemos decir «mitas»?- de la política europea: Ada Colau, alcaldesa que está logrando algo tan difícil como fumigar el brillo de la formidable Barcelona; Mónica García, «médico y madre», ejemplo acabado de izquierda caviar (su marido es un alto directivo y ella, la hija de dos psiquiatras), una señora bien que vive instalada en un inexplicable rencor de clase; y Mónica Oltra, nacionalista doctrinaria de capacidades contenidas y sombras polémicas.

En la gran cumbre de Valencia fueron recibidas por una manifa de transportistas, que las acogió con insultos y lanzamientos huevos (lo cual, por supuesto, es inadmisible e impresentable). Curiosamente, los de la protesta se quejaban de que esa izquierda bla, bla, bla en la práctica pasa olímpicamente de los problemas reales de «la gente». Superado el susto de pisar calle, Yolanda presentó el embrión de su plataforma electoral. Con esa cursilería tan grata a nuestro «progresismo», anunció que desde aquel día iniciaba un gran «proceso de escucha». «Estoy ilusionadísima por estar aquí con mujeres a las que quiero y admiro. Nosotras sois vosotras. Sé que mi país quiere avanzar. La gente quiere algo diferente. Es el comienzo de algo maravilloso». La emoción todavía me nubla la mirada cuando evoco aquellas palabras (por lo demás, perfectamente huecas).

¿Y qué ha pasado? ¿Qué fue del proyecto «Algo Maravilloso», que durante semanas mantuvo embobados a la mayoría de los medios españoles, que saludaban a la que mi madre llama «Pasarela Yolanda» como la nueva esperanza de la izquierda? Pues lo que ha pasado es que del «proceso de escucha» nunca más se supo y que las alegres comadres moradas, que diría el viejo Will Shakespeare, andan metidas en otros jardines. Ada está imputada, acusada de delitos de prevaricación, malversación y fraude por haber regalado subvenciones a sus amigotes y «amigotas». Oltra está acusada de desatender un caso de abusos a una menor tutelada, cometido por su ex marido. García no ha roto nada (por ahora); pero el jefe de su partido, Lecciones Errejón, está a la espera de sentencia, acusado de haber pateado a un viandante. Y Yolanda sigue donde siempre, sentada en uno de los gobiernos más incompetentes y radicales de la UE, que entre otros regalos «sociales» nos ha traído unos datos de inflación insoportables que machacan a los pobres (mucho mayores, por ejemplo, que los de Francia y Portugal).

En las próximas elecciones, Podemos y sus apósitos volverán al estado natural de este tipo de inventos comunistoides, que es quedarse, más o menos, en los escaños que tenía IU con el viejo Anguita. En cuanto a Yolanda, intentará chupar del bote lo que pueda, por supuesto, porque retornar a Ferrol a currar de abogada laboralista no es un planazo una vez que has catado la alta moqueta madrileña y el coche oficial. Pero al final se quedará en lo que es: una política menor, una nota a pie de página.

¿Quién se acuerda ya de Sorayita, que lo mandaba todo; de Rivera, que iba a ser el primer presidente liberal; de Iglesias, que pretendía «asaltar los cielos»… de Casado, triturado solo tres semanas después de ser aclamado por los suyos en una abarrotada plaza de toros de Valencia? Esto es cruel y va muy rápido. Cuando la economía aprieta, el público suele escapar de los experimentos con gaseosa y el pensamiento-tuit y se encomienda a un par de manos seguras. Tengan o no tengan algún pelo.