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Ya no son así

En estos tiempos post Brexit añoro mucho a gentes como Paddy, como Tristan Garel-Jones, el lord de Candeleda y como Hugh Thomas, lord Tomas de Swynnerton, el gran maestro de lo que es España. Británicos que querían ver más allá de sus costas. Desgraciadamente, los británicos ya no son así

La tranquilidad de la Semana Santa me ha permitido leer con pasión una biografía que tenía pendiente desde hace años y de la que mi buen amigo Bard Wilkinson, que ha sido corresponsal en Madrid de The Daily Telegraph, primero, y de The Times, después, me ha regalado una copia. Es la vida de Patrick Leigh Fermor escrita por Artemis Cooper, mujer del historiador Anthony Beevor e hija del legendario autor de A history of Venice John Julius, lord Norwich. La vida fascinante de su abuelo Duff Cooper la dejaremos para mejor ocasión. Es difícil disfrutar más con la narración de una vida como la de Leigh Fermor, que es inverosímil. Permítanme que les haga algunos apuntes como forma de felicitarles la Pascua de Resurrección.

Cual muy bien dijo su amigo el marqués de Tamarón en el sublime obituario que publicó en ABC el 2 de julio de 2011, «gracias a no haber ido a la Universidad, Patrick Leigh Fermor llegó a ser uno de los mejores escritores ingleses del siglo XX». Casi nada. Leigh Fermor, universalmente conocido como Paddy, era un joven de clase media, más bien escasa de dinero, cuyo padre era un funcionario en la India y que cuando cumplió 18 años, vistos los pobres resultados académicos de su paso por el colegio y su escaso interés por entrar en las Fuerzas Armadas –fue una opción que consideró–, decidió el 8 de diciembre de 1933 echar a andar camino de Constantinopla. Con una asignación semanal de una libra que podía recoger una vez al mes en algún consulado británico –¡cómo funcionaba esa Gran Bretaña que todavía se creía imperial!– hizo el camino y pronto empezó a seducir a lo mejor del continente. En Europa Central, iba de castillo en castillo, donde era recibido por grandes familias con solo leer la carta de presentación que les enviaba un anfitrión anterior de Paddy. Pero también durmió en pajares, debajo de puentes y en monasterios. Durante años estudió idiomas, dialectos, etnias, la historia de pueblos enfrentados y nunca se alineó con ninguno. Se cultivó como nadie en su generación. Y tuvo romances sin fin, algunos de larga duración como el que le unió durante cuatro años a la princesa Balasha Cantacuzène, una rumana mayor que él, después de llegar a Constantinopla el 1 de enero de 1935 –él no aceptaba llamar Estambul a ese lugar–.

Paddy Leigh Fermor

Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial se incorporó a filas y fue destinado a la Creta ocupada por los alemanes, donde realizó una de las operaciones más extraordinarias de aquel conflicto. Con la ayuda de tres personas secuestró al general alemán que mandaba en la ocupación de la isla y tras esconderse en los bosques durante semanas logró sacarlo de allí y llevarlo a El Cairo. Por razones de estrategia e intendencia fue una actuación verdaderamente única y una humillación excepcional a los nazis, con los que el secuestrado general Heinrich Kreipe tenía una sintonía muy limitada. Paddy y Kreipe descubrieron durante esas semanas una pasión común por Horacio y ambos recitaban al unísono su Oda a Taliarco en latín. La amistad entre los dos duró hasta el fin de sus días.

Leigh Fermor amó a Grecia profundamente y se convirtió en un gran defensor de ese país ante los británicos cuando surgieron los problemas por Chipre entre Londres y Atenas. En la Navidad de 1944 conoció a Joan Rayner y decidieron compartir la vida viviendo juntos, pero separados hasta que finalmente se casaron en enero de 1968 después de que –con el dinero de ella– pudieron establecer en el Peloponeso un pequeño paraíso que compartieron hasta el fin de sus días. También con infinidad de amigos. Les unía la literatura y especialmente el empeño porque Paddy terminase de escribir el libro de su cruce de Europa en 1933-35 (el primer volumen, A Time of Gifts, apareció en 1977, el segundo, Between the Woods and the Water, en 1986 y el tercero... nunca) También les unía el caminar por lugares inhóspitos, descubrir nuevos lugares y gentes o las aventuras de Paddy, que con 69 años cruzó nadando el estrecho de los Dardanelos evocando a su héroe, lord Byron. Añádase al mérito de hacerlo el que en la mayor parte de su vida era un fumador empedernido que llegó a los 100 cigarrillos al día. Joan moriría antes, en 2003, y Paddy pasó el resto de sus días –hasta 2011, con 96 años– recibiendo amigos y bebiendo copiosamente como había hecho desde los 18 años. Una de sus visitas frecuentes en sus últimos años fue la trujamana española Dolores Payás, que publicó en Acantilado una joya preciosista sobre Paddy: Drink time! (En compañía de Patrick Leigh Fermor).

Paddy produjo una obra literaria incomparable en la que retrataba los pueblos que visitó en sus viajes. Enseñó a los británicos lo que era Europa, aunque también las Indias Occidentales, incluyendo la República Dominicana, desde donde escribo estas líneas. Y en esta hora en que el Reino Unido se ha vuelto tan nacionalista, creo que faltan mucho los británicos como Paddy Leigh Fermor, que enseñaban a sus compatriotas a comprender el mundo, a conocerlo.

En estos tiempos post Brexit añoro mucho a gentes como Paddy, como Tristan Garel-Jones, el lord de Candeleda y como Hugh Thomas, lord Tomas de Swynnerton, un gran maestro de lo que es España. Británicos que querían ver más allá de sus costas. Desgraciadamente, los británicos ya no son así.