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Burger King

No se conoce comedor social como los de Cáritas abierto por las Juventudes Socialistas en tiempos de crisis y pandemia; pero no nos faltarán imbéciles vendiendo hamburguesas ateas

La cadena de restaurantes caros y malos Burger King, donde comer comporta un gasto mayor que en una taberna y además tienes que servirte tú solo, ha hecho un chistecito con la fe católica para promocionar uno de sus desastres culinarios, riéndose del ayuno carnívoro de la Semana Santa para promocionar un producto vegetariano.

Los católicos tenemos la piel bastante menos fina que la mayoría de los apologetas del anticlericalismo, capaces de indignarse mucho cuando una muchacha guapa, en el uso de sus libertades y a la búsqueda de una legítima retribución, decide prestar sus servicios como azafata en un premio de Fórmula 1 o de Moto GP y termina despedida por su bien, mientras sus francotiradoras lo celebran abriendo un nuevo chiringuito de género para que la tarada de turno organice talleres de pintarse el toto.

Ya saben que la libertad de las mujeres termina donde otras mujeres, profesionales de la cuestión, deciden que debe terminar, no sea que las pobres decidan mal: felizmente para ellas, allí irrumpen las partisanas de la igualdad para salvarlas de ellas mismas, con ese paternalismo rancio que dicen luego combatir y en realidad emulan con peores maneras, más voces y un despliegue de caspa digno de una convención de Comisiones Obreras.

La cuestión está en que las gracietas de ese templo del colesterol, ignorado por el mismo Garzón que tanto se preocupa por el sector ganadero español, merecen la misma atención que Irene Montero disertando sobre la conveniencia de utilizar «niñes» o Pedro Sánchez sobre cualquier cosa. Para odiarle, como decía Rick en Casablanca, primero habría que reparar en su existencia.

Pero sí merece un minuto de atención el subtexto de la campañita, que enlaza con la honda tradición cristianófoba que sigue vigente en la élite progresista española, esa que celebra el Ramadán o lo experimenta incluso junto a Mohamed VI, pero luego felicita la Navidad apelando a la fiesta del solsticio; pone a mamarrachas a actuar en una Cabalgata de Reinas, se preocupa más por un perrito que por tres misioneros en la crisis del Ébola o se baja el himno de Riego de politono por si pasa un cura cerca.

Se atreven, en fin, a ofender al que no merece ofensa ni reaccionará ofensivamente mientras perdonan, compadrean, potencian o se asustan con quienes sí requerirían un cierto freno. Como dice frecuentemente Pilar Rahola, que mejora mucho cuando deja la barretina en casa, «los hay que tienen urticaria cuando ven a un cura, y un orgasmo cuando ven a un imán».

Que Europa, el mejor espacio de libertad, derecho y humanidad que ha dado la civilización, se sustenta en sus raíces cristianas; es tan cierto como que al sol le sucede la luna y viceversa.

Y que de la convivencia entre el Estado y la Iglesia, cada una en su lugar, ha dependido el progreso que en tantos otros rincones del mundo sigue congelado en el medievalismo, también.

No se conoce comedor social como los de Cáritas abierto por las Juventudes Socialistas en tiempos de crisis y pandemia; pero no nos faltarán imbéciles vendiendo hamburguesas ateas, persiguiendo sacerdotes encomiables y, con el dodotis rebosante de miedo y silencio, sugiriendo incluso que existen los talibanes buenos.