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El señorito de comisiones

Me extraña que una administración seria, con el alcalde ajeno y lejano a toda sospecha, confíe en un comisionista que no ha hecho otra cosa en su vida que el vago, vivir del cuento y mantenerse en el mundillo del corazón

No de Comisiones Obreras, aunque por gandul podría figurar en su cúpula de vagos profesionales. Me refiero a las comisiones del comisionista, una nueva actividad que produce muchos beneficios sin apenas esfuerzo y trabajo. Escribo con conocimiento de causa porque en mi familia, en dos generaciones, se perdió todo lo que las anteriores ganaron con riesgo, inteligencia y perseverancia. Mis antepasados crearon y mantuvieron más de diez mil puestos de trabajo, pero la indolencia terminó triunfando, y todo lo que tenía mi familia pasó a quienes trabajaron de verdad. En aquella España no estaba bien visto trabajar en determinada clase social.

Un gran escritor sevillano con título nobiliario se vio obligado a avalar el negocio que le propuso su hijo. Lo hizo con temor y desconfianza. Además de un gran escritor era un prestigioso agricultor, y conocía lo mucho que costaba sacar rendimientos de la cabeza y el campo. El negocio de su hijo fracasó, y como avalista, el gran escritor, académico y agricultor tuvo que hacerse cargo de todas las deudas. Superadas las angustias, habló con su hijo, que con independencia de su fragilidad mercantil, era un tipo formidable, ingenioso y abierto. « Hijo, prométeme que, a partir de ahora, vas a hacer lo que hacen muchos señoritos de Sevilla», «¿y qué hacen, padre?»; «pues eso, nada, nada y nada».

Lo mismo de Sevilla, que de Madrid, de Barcelona, de Valencia o de Bilbao. El señoritismo se atribuye a los sevillanos y jerezanos porque no han tenido complejos. Pero en Madrid, Barcelona, Valencia y Bilbao miles de señoritos acomplejados han hecho lo mismo, nada, nada y nada, que los sevillanos, aunque con menos gracia y talento. El personaje señoritil de Miguel Delibes en Los Santos Inocentes no ha existido. Se trata de una parodia, una caricatura amarga dibujada por el ingenio de un formidable escritor de la Alta Castilla, tierra extensa de mística, gloria y pobreza, en la que el señoritismo es una extravagancia y no una realidad.

En la actualidad, los nobles trabajan como cualquier otro, y triunfan y fracasan como los demás. El señorito rentista es una especie que se extingue, y que no está protegida porque no mata terneros y ovejas, como los lobos. Pero quedan personajes, muy conocidos por sus apariciones en la prensa y los programas de televisión dedicados a los «famosos», que no trabajan, pero viven de percibir comisiones. Siempre, al lado de ellos, se mueve el listo de turno, que se aprovecha de la inanidad del famoso para llevarse más de la mitad del pastel.

Entiendo el desconcierto y los errores que muchas administraciones padecieron al principio de la pandemia con las dichosas mascarillas. Se dice que un conocido del ministro Ábalos se embolsó varias decenas de millones de euros en comisiones por su oportunismo o sus amistades. Recuérdense las mascarillas de Revilla, que más que rechazar al virus le invitaban a ser recibido con todos los honores. Muchas de las irregularidades se cometieron por la precipitación y las prisas, además de la influencia política de los comisionistas. Los españoles sufrimos un largo período de prisión hogareña, considerado ilegal por el TC y el TS, y esperamos media eternidad a que llegaran a las farmacias las mascarillas adecuadas, que tampoco se sabe si han sido las adecuadas o no. Pero me extraña que una administración seria, con el alcalde ajeno y lejano a toda sospecha, confíe en un comisionista que no ha hecho otra cosa en su vida que el vago, vivir del cuento y mantenerse en el mundillo del corazón por ser nieto de la duquesa de Medinaceli, hijo del duque de Feria y de Nati Abascal, y nada más en su haber. El alcalde Almeida está siendo señalado y perseguido injustamente por un asunto menor al que se le ha concedido por los medios de comunicación subvencionados y afines al Gobierno, el más corrupto de nuestra Historia, una valoración de alta gravedad.

Y todo por un memo, modelo eventual, nieto de, e hijo de, que no ha hecho en su vida nada, nada y nada, excepto aprovecharse de lo que fueron sus antecesores. El chico tendrá que dar explicaciones ante el juez, y los responsables del Ayuntamiento –todos los partidos, incluido Podemos aprobaron la operación–, están obligados a informar los ciudadanos. Un gandul profesional no puede derribar a un político honesto.