¡Que no falte un buen culebrón!
Posiblemente, no sabremos nada de los amigos conseguidores de los ministros, pero el relato de los comisionistas nos tendrá entretenidos una temporada
Últimamente, en la vida pública española, vivimos a ritmo de culebrones. En los tiempos del Sálvame, lo que genera audiencias no es la noticia, sino un buen relato. Para que la historia triunfe, es necesario un damnificado (bien puede ser una buena y desgraciada persona, bien, en palabras de Podemos, la gente), ricos y famosos aparentemente codiciosos y despiadados y, por encima de todo, dinero, mucho dinero, y detalles, cuanto más minuciosos, mejor.
¿Quién no recuerda el 'caso de las tarjetas black' de Caja Madrid? ¡Hay que ver lo que dieron de sí aquellos extractos bancarios! Minutos y minutos de televisión, líneas y líneas de prensa empleadas en desgranar quién y dónde compró unos libros o qué manjares se degustaron en qué restaurantes. Con la información, suministrada por la parte interesada a cuentagotas, la novela se estiró durante semanas. Su lectura resultaba mucho más entretenida que la del contrato del Reino de España con la Comisión Europea para rescatar a una parte del sistema financiero español –sus cajas de ahorro–, hundido por una gestión nefasta de los partidos políticos.
Hoy, lo que nos tiene en un sinvivir es el serial de los comisionistas. La propia palabra tiene un matiz peyorativo. Es una figura documentada en el Código de Comercio y perfectamente legal, pero lo de cobrar por poner en contacto a dos personas, empresas o instituciones para que hagan un intercambio no acaba de tener buena prensa. Más si cabe si lo que se percibe por hacer las presentaciones es un dineral. Pero ¿qué ley mide la buena fe?, ¿cuál es la comisión adecuada y qué normativa la regula?, ¿quién comete el delito, el que facilita, el que autoriza, el que paga o el que se embolsa la comisión? A estas alturas, ya será lo de menos. Con el asunto de las black, libró el Banco de España y la propia Caja Madrid y pagaron los que hicieron uso de las tarjetas. Mucho más que los de las mariscadas a costa del dinero de los parados en Andalucía. Otro tanto sucederá con los comisionistas. La sesión de circo ha comenzado y caerán como fichas de dominó los nombres que salten a la palestra.
El asunto comenzó con el hermano de Ayuso, continuó con Luis Medina y con lo de Rubiales y Piqué nos vamos a dar un festín. No le faltan razones al presidente de la Federación al quejarse de que han entrado en su móvil y han desvelado conversaciones privadas, pero, como dice el refrán, «no la hagas y no la temas». Carezco de la la información y la formación para juzgar si hay o no delito en sus negocios, pero, en los tiempos que vivimos, la ética y la estética pueden acabar con una carrera antes de que lo haga la sentencia de un juez. Y los tratos entre uno y otro para llevarse una competición española a un país que no respeta los más básicos derechos fundamentales, la posición del futbolista como juez y parte o su petición para entrar en el equipo olímpico y, por encima de todo, el lenguaje entre ambos, impropio de una relación estrictamente profesional, no auguran nada bueno para los protagonistas. Los mandobles dialécticos del presidente de la Federación, culpando al mensajero, no hacen más que delatar su nerviosismo.
Posiblemente, no sabremos nada de los amigos conseguidores de los ministros, pero el relato de los comisionistas nos tendrá entretenidos una temporada. Salvo que los separatistas, agraviados y necesitados de atención lo eviten poniendo contra las cuerdas al CNI y a Margarita Robles por la violación de la privacidad de sus móviles. Asuntos para hacer de ellos un culebrón hay de sobra en esta España de Sálvame, lo que no hay es tiempo o espacio para el informe del FMI que rebaja la previsión de crecimiento de la economía, para estudiar la propuesta de reforma fiscal del Partido Popular o para explicar por qué empresarios y sindicatos no han firmado aún el pacto de rentas que hace semanas prometió el presidente del Gobierno.