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Menos aplausos y más armas

El problema de estos autodenominados pacifistas de la extrema izquierda europea es que simpatizan con el dictador y han tomado partido por el lobo

Cabe admitir que hay razones poderosas para que las democracias incumplan la obligación moral de intervenir en Ucrania, y es que la amenaza de una guerra mundial es real. Pero lo que es moralmente cuestionable es la indecisión de algunos países europeos a la hora de ayudar a los ucranianos y aislar con determinación a Putin. Es lo que denuncia en su último artículo Judy Dempsey, editora de Strategic Europe, con una frase que hago mía: menos aplausos y más armas. Que es lo que necesita ahora mismo Ucrania para hacer frente a los ataques rusos. Dempsey alaba la actitud de Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Eslovaquia y República Checa, y lamenta las resistencias de varios países de Europa Occidental para enviar más armas a Ucrania, con excusas que ocultan intereses económicos.

Cierto que los aplausos también son muy importantes. La guerra se gana en primer término en el terreno de la razón moral, y esa guerra ya la ha ganado sobradamente Ucrania. Y los aplausos de la inmensa mayoría de los ciudadanos de las democracias del mundo están ayudando a esa victoria moral. También la visita de Pedro Sánchez, una acción en la que nos representa a la gran mayoría de los españoles, con excepción, claro está, de sus propios socios de Gobierno. Pero con la hipocresía añadida de que nuestra ayuda es mucho menos intensa que nuestros aplausos, como recordaba ayer Ramón Pérez-Maura: los tres mayores donantes de Ucrania son Estonia, Polonia y Lituania, y España se sitúa en el penúltimo lugar de treinta países estudiados, solo por delante de Irlanda.

Ahora bien, una cosa es la indecisión moral y otra la aberración moral de algunos dirigentes y partidos europeos, muy en especial esa extrema izquierda que ayer celebró lo que llama «conferencia por la paz». Que significa conferencia por la equiparación de los agresores con los agredidos y por la exigencia de que las víctimas se pongan de acuerdo con sus agresores. Es muy coherente que Bildu sea uno de los participantes de la conferencia, dada su dilatada experiencia en pedir la paz entre terroristas y víctimas, experiencia que ahora traslada a la paz entre el tirano y el pueblo ucraniano invadido y bombardeado. «Hay un conflicto», dice la extrema izquierda, lo mismo que decía cuando un etarra pegaba un tiro a un guardia civil, un juez o un periodista.

El debate me recuerda las reflexiones de un libro brillante de hace algunos años (The Case for Democracy. The Power of Freedom to Overcome Tyranny and Terror), de un judío nacido precisamente en la Ucrania de la Unión Soviética, Natan Sharansky, y que fue el primer preso político soviético liberado por Gorvachov en 1986, tras nueve años confinado en Siberia. Escribía Sharansky en ese libro que un mundo sin claridad moral es un mundo en el que un dictador puede ser visto como un socio fiable para firmar la paz, un mundo en el que los defensores de la paz están dispuestos a meter en la misma jaula a un lobo y a una oveja y esperar que salga bien. El problema de estos autodenominados pacifistas de la extrema izquierda europea es que simpatizan con el dictador y han tomado partido por el lobo. Y a que la agresión salga bien al dictador y al lobo lo llaman paz.