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Pedrito en Ucrania

A Sánchez le preocupan los crímenes y los muertos de Ucrania, pero en España, donde sí puede ser eficaz esa postura, mira para otro lado con ETA y no pisó una residencia en la pandemia

Pedro Sánchez ha ido a Ucrania disfrazado de coronel Tapioca a decirles que también ellos saldrán más fuertes y a entregarles, como anticipo de su inminente fortuna, 200 toneladas de armamento: se desconoce si el arsenal incluye discursos de Monedero, leyes de Irene Montero, previsiones económicas de Nadia Calviño o explicaciones fiscales de María Jesús Montero, todo de letalidad constatada; pero cuando uno opta por vender humo al peso probablemente se trate de chatarra.

200.000 kilos suena a mucho, como si con esa remesa se pudiera hacer temblar a Putin y la bandera blanca ya estuviera a punto de ondear en lo alto del Kremlin, pero una Transit de quinqui ya pesa ella sola tres toneladas.

Todo el pavoroso contorneo de Sánchez, que camina entre ruinas y fosas igual que si estuviera en la pasarela de Milán, se percibe con el obsceno pesaje del regalo a Zelenski, que debió flipar con las maneras del español.

Y también con la indiscreta revelación del buque y la ruta elegidos para llevar el obsequio a Ucrania, poniendo en el radar ruso al navío «Isabel» para que Putin, si lo estima oportuno, pueda bombardearlo: le faltó dar las coordenadas exactas del objetivo, pero Sánchez intentó ser el general Patton y se quedó en el Javier Cámara del Torrente original cuando, al perpetrar un atraco, se dejó el DNI en la escena del delito.

Aún hay un indicio más del cinismo del presidente y de la espuria utilización del drama ucraniano para hacerse una foto que tape las imágenes cotidianas que protagoniza en España: la de rendirse ante Bildu, callarse con ERC y tragarse a Podemos.

Fue allí para presumir de que él, antes que nadie, pidió que se juzgara a Putin por crímenes de lesa humanidad, lo que inquietó tanto al Stalincito de Moscú como una gacela berrando a un leopardo.

Y lo hizo casi al mismo tiempo en que su partido trataba en Estrasburgo de que 379 asesinatos de ETA no fueran incluidos en ese epígrafe ni, por tanto, pudieran ser objeto de prescripción o amnistía. El PSOE solo aceptó la persecución de los crímenes etarras sin aclarar ni castigar cuando no le quedó más remedio, pues.

Que el mismo presidente que pisoteó la memoria hasta de los suyos, de los Lluch, Múgica y compañía; se presente a sí mismo como paladín de un Nuremberg ruso, sería cómico de no ser obsceno e insultante para tantas almas heridas que aún viven con lágrimas eternas de horror en los ojos.

Claro que hablamos del mismo tío que primero indulta a unos golpistas, luego les espía y, cuando le pillan, en lugar de advertirles que lo escuchado será objeto de intervención de la Fiscalía General del Estado, se limita a plañir aquello de «Cari, no es lo que parece».

O del tipo que se marcha a Ucrania a conmoverse por las fosas comunes y aquí no pisó una morgue ni un hospital ni una residencia mientras caían como pichones y él intentaba convencernos de que, todo lo más, tendríamos un par de casos aislados.