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En la actualidad son muchos los centros que a lo largo del mundo muestran orgullosamente sus certificados de calidad como un distintivo «de calidad», cuando en verdad no son más que un distintivo «de orden». El orden es garantía de calidad cuando se trabaja con productos de calidad, pero en la educación no es garantía de calidad, porque no se trabaja con productos.

Los procesos de calidad surgieron acertadamente en el mundo de la industria. Imaginemos que hablamos de una fábrica de coches. Aunque me voy a centrar en la cadena de montaje, lo comentado podría servir para cualquier otro proceso en general. Hay unos productos que entran, un procesamiento de los mismos, un resultado y una evaluación del resultado para la mejora del proceso. Acabado esto, se pasa al siguiente proceso que sería la distribución. Si los productos que entran son de calidad y el proceso es ordenado, el resultado es de calidad y de ahí toma el nombre de procesos de calidad. Pero lo que propiamente garantiza el sello de calidad no es la calidad, sino el orden.

Recuerdo a un profesor de cálculo de estructuras que decía. La calculadora lo hace siempre bien, es muy ordenada. Pero si tu metes unos números que son basura, la calculadora te dará basura ordenada. Lo decía para hacer conscientes a los alumnos de ingeniería que la calidad descansa en el trabajo del ingeniero que acaba determinando qué es dato y qué no es dato y cuál es la modelización del sistema a estudiar.

El problema está en que los sellos calidad se ha trasladado acríticamente desde el mundo de la industria a la educación sin darse cuenta de la singularidad de la educación y entonces, es cuando se hace un soberano ridículo.

Creo que todos estarán de acuerdo que del metal, comentes eléctricos, plástico… necesarios para la fabricación de un coche no se espera su autoría. Son cosas y lo que acabe saliendo, el resultado, depende de la calidad del producto inicial y de la forma de trabajarlo, el proceso.

Además como los productos son cosas no esperamos la autoría de ellos. Más aún, se conoce a la perfección la forma de reaccionar ante determinadas formas de interacción. Por ejemplo, si el plástico se calienta mucho, se deforma, etcétera. Un material es sus propiedades. Esto permite que un control exhaustivo de lo que se hace con los materiales asegure un producto final de calidad, si los materiales de entrada ya de por sí lo son.

Pero cuando llegamos a la educación nos encontramos con los siguiente:

  • Mientras de los productos no se espera su autoría, del alumno queremos desarrollar su autoría. Queremos que el alumno sea autor de su propia vida y portador de novedad para mejorar la sociedad.

  • Mientras un producto es sus propiedades, el ser humano nunca está agotado en sus parametrizaciones pues es más que cualquiera de ella por muy exhaustiva que sea. Lo que hace que nunca pueda ser conocido (en cuanto comprendido por la razón), sino que simplemente se conoce algunos detalles del otro. Esto obliga a que en cualquier propuesta educativa tenga que tenerse en cuenta la libertad del alumno, lo cual no se espera de las cosas.

  • Mientras que con los productos, el resultado a obtener está claramente definido antes de intervenir, no es así con la educación. Con la educación el resultado no está definido pues adquirir competencias no es el fin de la educación, sino algo que ocurre en el proceso educativo. Ya que como decía el filósofo de la educación R.S. Peters, no es lo mismo tener una persona entrenada que una persona educada. Nadie conoce el potencial de un niño y en cambio es eso lo que se quiere desarrollar.

La educación debería de aprender que no se pueden hacer las traslaciones acríticas tan habituales.

La lista de diferencias entre un proceso constructivo y un proceso educativo es muy grande y no interesa ahora detallarla, sino simplemente evidenciar lo mínimo para descubrir el ridículo que hacen los colegios y universidades cuando se quedan tranquilos cuando alcanzan el sello de calidad pensando que eso es un reconocimiento a la calidad de su intervención.

En el proceso de manipulación de los materiales de entrada lo que ocurra dependerá todo de la persona que los manipula. Imaginemos que hacemos un pastel con huevos, azúcar, harina, etcétera. Si el cocinero sigue al pie de la letra las instrucciones de la receta, el pastel resultante es exquisito si tanto los materiales, como las herramientas son igualmente de calidad. Por eso las recetas funcionan en ese ámbito, pero se hace el ridículo igualmente cuando en educación se buscan recetas. Tus hijos no son huevos, tus alumnos no son azúcar. ¡Cuántos cursos de formación de docentes se destinan a aprender nuevas metodologías, nuevas recetas! ¡Y cuántos padres y docentes aplican recetas con sus hijos y alumnos! En educación, la calidad la marca la calidad del educador y la calidad de la relación interpersonal. En lugar de invertir en la formación del docente tantos colegios invierten en la calidad de los instrumentos, por ejemplo pizarra digitales, o en nuevas metodologías-recetas que anuncian la salvación educativa.

Además, un cocinero manipula, pero creo que estamos de acuerdo que un educador no manipula. Manipula ya que trabaja con cosas y determina el resultado de una forma previa a la intervención. El educador desarrolla, promueve, ayuda, contrasta, ofrece experiencias... para que el alumno desarrolle su autoría y dé de sí cada vez más, sin saber definir a priori que es ese «cada vez más».

En un estudio que realizamos con los datos de PISA encontramos que ni la presencia o ausencia de procesos de calidad escolar, ni la presencia o ausencia de pizarras digitales correlacionan, ni positiva ni negativamente, con las calificaciones de los alumnos.

En cambio, ahí vemos a tantos docentes rellenando papeles del proceso de calidad, dinero gastado en recursos que distingan a un centro de otro y formaciones que se centran en metodologías.

Los llamados «procesos de calidad» y los respectivos «sellos de calidad» deberían de llamarse más bien procesos de ordenamiento y sellos de ordenación. Está bien ser ordenado. Así que no estoy diciendo que deben de anularse de la educación, sino saber exactamente en qué pueden ayudar a la educación.

Quien haya tenido la oportunidad de visitar el campo de concentración de Auschwitz descubrirá que los gestores de los campos podrían recibir todos los sellos de calidad. El proceso era impecable. Se recibía el productos: materia orgánica viva, se le iba ordenadamente quitando el pelo, las gafas, los dientes de oro, y todo se almacenaba de forma debida. En un momento determinado del proceso a la materia orgánica se le sustraía la vida y se iniciaba un proceso de destrucción de restos. Las personas eran tratados como cosas que respondían a un número. En lugar de una cadena de montaje de coches como decía al principio, hacían una cadena de desmontaje de un ser vivo. Pero creo que nadie llamará a eso un proceso de calidad.

Si la calidad de la educación la pone el educador y la relación que desarrolla con el educando, los procesos mal llamados de calidad simplemente ordenan. Pero recordemos al profesor de cálculo de estructuras: si metes basura a una calculadora, saldrá basura ordenada. Y, la basura ordenada no deja de ser basura.

  • José Víctor Orón Semper es director de la Fundación UpToYou Educación