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Los espiaditos

Ay, qué horror, los servicios secretos de un Estado investigando a quienes se proponen destruirlo

Estamos desolados con lo que le ha hecho el mefistofélico Estado español, o si lo prefieren «Madrit», a los buenos de los espiaditos, entrañables personajes que trabajan a tiempo completo para construir una República en Cataluña y romper así la vieja España. Comprendemos la amarga queja de nuestros fraternales amigos los espiaditos: ¡Servicios de espionaje que espían a los enemigos de sus países!, ¡qué barbaridad! Todos sabemos que el Mosad israelí, el MI5 y el MI6 británicos, la DGSE francesa, la CIA o el Bundesnachrichtendienst alemán son cordiales oenegés, dedicadas a fomentar la fraternidad universal, la alianza de civilizaciones y la lucha contra el cambio climático.

Tienen razón los espiaditos en sus lamentos, denuncias y sollozos. Imagínate que la inteligencia española, a base de tanto espiar a los inocentes espiaditos, tuviesen ya guardadas todas las pruebas que acreditan al detalle lo que es un secreto a voces: que el tío Vladimiro, antes de ser considerado el villano universal, inyectó dinero a saco al glorioso movimiento indepe, en el marco de un plan global para desestabilizar Europa (apoyo financiero que nuestros admirables espiaditos recibían y cortejaban encantados). O imagínate que se obtienen todavía más pruebas sobre el espionaje ya conocido de los Mossos a ciudadanos constitucionalistas, que por supuesto cuando se descubrió no mereció mayor comentario ni reproche de quién lo había encargado: el Gobierno separatista catalán, cuyas precarias finanzas se sostienen con el dinero que inyecta puntualmente el Estado español (fondos que ellos emplean para una campaña perenne contra su rescatador, que es tan pánfilo que no emite ni una sola queja).

¿Qué razones había para espiar a los amables espiaditos? Quemaron las calles de Barcelona durante dos semanas con sus algaradas y cortaban la salida de los AVE. Su máximo líder es un golfo que se dio a la fuga tras haber quebrado la legalidad española, dejando plantados cobardemente a sus conmilitones, y que ahora se dedica a poner a parir a España por toda Europa. Sus dirigentes amenazan casi a diario con el «volveremos a hacerlo», es decir, que en cuanto no se les plante frente darán otro golpe de Estado. ¿Son estas razones suficientes para que el Estado español y sus servicios de inteligencia consideren peligrosos a los espiaditos? Para nada. De hecho, dentro del «proceso de diálogo», creo que lo idóneo sería poner a Laura Borrás, imputada por corrupción, al frente del CNI y al consumado trepilla Jaume Giró como jefe de la Guardia Civil (no dudamos que disfrutaría lo suyo con los centímetros extra de estatura del tricornio).

Las pruebas que aportan los espiaditos sobre el espionaje que han sufrido por parte del malévolo «Madrit» son irrefutables. Y es que todo se basa en un informe de una oenegé ¡canadiense! dirigido –oh casualidad– por un catalán simpatizante del separatismo. ¿Puede hacer fuente más imparcial, rigurosa y fiable?

En fin, que llevamos días insomnes, apenados por la villanía de los servicios de inteligencia españoles, que previo permiso judicial, han considerado que vigilar a los más declarados enemigos de España era parte de su trabajo. Entendemos que este fin de semana Sánchez haya enviado con urgencia a Bolaños a Barcelona, a poner caritas de pena ante una consejera catalana de tercera división y a prometer que el Gobierno removerá hasta la última piedra para investigar cómo es que él mismo ha ordenado investigar a los más tenaces conspiradores contra España. Bolaños aceptó la humillación de que le prohibiesen entrar con su móvil, no fuese a espiar, y también el disparate de que los separatistas pasen a formar parte de la Comisión de Secretos Oficiales del Congreso (traducción: el enemigo al que el CNI tiene que vigilar para que no se la vuelva a liar a España pasará a estar al tanto de todo lo que se cuece en el espionaje español encargado de pararle los pies).

En fin, una coña de arriba abajo. Todos sabemos que al final no pasará nada. Sánchez es un filón para los separatistas, que cerraron en su día con él un sencillo acuerdo: tú sueltas a Junqueras y compañía, que al final no han cumplido ni un tercio de las penas que recibieron por su golpe de 2017, y a cambio te mantenemos en el poder. Y así ha sido. Los independentistas catalanes y los post-etarras de Bildu saben que nunca encontrarán otro chollo como Sánchez y Podemos. Además, la legislatura ya está en los minutos basura. La clave de todo era que los separatistas apoyasen los pasado Presupuestos. Una vez logrado mediante el pago con los indultos, Sánchez ya puede tirar hasta las elecciones de 2023 aunque no le dejen aprobar una ley más. Le llega con sus televisiones y con pavonearse el año que viene de aquí para allá como presidente de turno de la UE.

Todo este circo de los espiaditos no es más que un show victimista, que atiende a que el movimiento separatista está de capa caída y peleado y necesita una campaña de lamentos que insufle unidad y nuevos ánimos. Eso sí, no les faltarán tontos útiles en Madrid que los secunden en sus suspiros, como la prensa «global» –que es al mismo tiempo de izquierdas y del Ibex que la sostiene– y el podemismo, que cuando toca ejercer la felonía antiespañola nunca pierde ocasión de colocarse en primera fila.