Aquellos Godó
En una Barcelona gobernada por un alcalde normal, en una Cataluña gobernada por personas normales, y con un torneo Conde de Godó auspiciado por un conde más normal, Madrid no se habría devorado a Barcelona en el tenis
Cuando yo era joven, el tenis español era y estaba en Barcelona. Manolo Santana irrumpió en sus costumbres, y molestó bastante. Era ya campeón de España cuando el presidente de la Real Federación Española de Tenis, el marqués de Cabanes, concedió una beca a cuatro tenistas para que completaran en Australia su formación. Entre los tenistas no incluyó a Manolo Santana. El protector y segundo padre de Manolo Santana, Álvaro Romero-Girón, se trajo a Madrid al mejor entrenador australiano para que se ocupara exclusivamente del fabuloso tenista madrileño. Y los resultados allí están, en la memoria estadística. Los cuatro favorecidos por el marqués de Cabanes, buenos tenistas pero poco más, compitieron en la mediocridad, y Manolo Santana ganó en dos ediciones del Roland Garros, en el Open de Estados Unidos, que en aquellos tiempos se celebraba en Forest Hill y en 1966 en Wimbledon. Además, gracias a Santana, España logró presentarse en dos ocasiones en Australia para jugar la final de la Copa Davis.
El Real Club de Tenis Barcelona era sede permanente del equipo español de Copa Davis, y en sus pistas se celebraba el, por aquel entonces, maravilloso Torneo del Conde de Godó. Era otro Godó. El conde de Godó no era el actual conde de Godó, Barcelona no era la Barcelona de hoy, y Cataluña, vanguardia cultural y deportiva de España, estaba muy bien educada. En solo una ocasión, el público del RCTB se mostró grosero con Santana. El genio madrileño había ganado en Wimbledon a Dennis Ralston convirtiéndose en el primer tenista español en lograr el triunfo individual en la catedral del tenis sobre hierba. Y lo había hecho con el escudo del Real Madrid bordado a la altura de la tetilla izquierda de su polo blanco. En la eliminatoria de Copa Davis posterior a la victoria de Santana en Londres, Santana fue abucheado por su madridismo. Los siete hermanos menores de la familia Ussía aplaudimos a rabiar. Y España ganó a un gran equipo, el yugoslavo, con Nikola Pilic y Jovanovic. Al final, el público barcelonés se rindió ante el gran juego del campeón madridista, que lo era hasta los cotubillos. Golpe maestro de don Santiago Bernabéu y Saporta.
El Godó sigue siendo un prestigioso torneo, pero Madrid se ha tragado a Barcelona también en el tenis. Madrid tiene un Masters 1000 completo, femenino y masculino, que intentaron cargarse sin éxito los podemitas cuando gobernaron La Villa y Corte. Se dice que podría ascender de categoría y convertirse en el quinto Grand Slam. El Godó lleva mucho tiempo de segundón, con el trono perdido, porque también ha sido víctima de la descomposición social que ha infectado Barcelona el nacionalismo y el separatismo. Es lógico que si el actual conde de Godó forma parte de esa alta burguesía barcelonesa que ha jugado a dos bandas desde los gobiernos nacionalistas del jefe de la mafia Pujol, el torneo haya descendido de rango. Nadie puede esperar una final del Godó tan asombrosa como la que se disputó a principios de los setenta entre Manolo Santana y Rod Laver, con victoria del español. Ahora está bien, pero ya no es lo que era. En los grandes tiempos del tenis español radicado en Cataluña, escribían Josep Pla, Gironella, y Salvador Espriú, y ahora lo hacen Enric Juliana, Pilar Rahola y demás cosas de por allí. En aquella Barcelona del Godó, los alcaldes eran personas preparadas –e incluso brutalmente asesinadas por los antecesores de los de ahora–, y sus concejales no hacían pis en las aceras, ni retiraban la bandera de España del balcón principal del ayuntamiento. El Godó, como tantas empresas, instituciones y congresos, inició su descenso cuando el último señor que gobernó Cataluña, Josep Tarradellas, abandonó la Presidencia de la Generalidad. Lo que me atrevo a escribir, es que en una Barcelona gobernada por un alcalde normal, en una Cataluña gobernada por personas normales, y con un Torneo Conde de Godó auspiciado por un conde más normal, Madrid no se habría devorado a Barcelona en el tenis.
El Godó lo ganó un prodigioso tenista español, Alcaraz, murciano, a otro gran tenista español Carreño-Busta, asturiano. Y en fin, que esto es lo hay. Aquellos tiempos, con todos los mejores del mundo, no volverán. Sobrevuelan Barcelona y desembarcan en Madrid y la Caja Mágica.