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Desde la almenaAna Samboal

El cabreo de los hijos de Putin

Tendríamos que estar valorando las nada ocultas simpatías de un partido que forma parte del Gobierno de España por regímenes dictatoriales que no respetan el más básico de los derechos humanos

Actualizada 03:41

La señal más fiable de que un presidente va a dejar caer a uno de sus ministros es el respaldo público al aludido en cuestión. Todavía resuena en el hemiciclo el aplauso que provocó Zapatero entre su bancada para jalear a un Mariano Fernández Bermejo, cuestionado por irse de montería con Baltasar Garzón, sin la licencia correspondiente, en el preludio de la investigación de la Gürtel que el juez se traía entre manos. Quizá él lo desconocía, pero el entonces titular de Justicia tenía en ese momento los días contados. Otro tanto le ocurrió a José Manuel Soria, enredado en el reparto de canales a las televisiones, con la excusa de los negocios de su familia en paraísos fiscales. Al exministro de Industria le dio la puntilla Cristóbal Montoro y Rajoy, al que le unía supuestamente cierta amistad, le apoyó hasta el último momento, incluso en el día y hora en que le presentó su dimisión. Ya se sabe que los jefes huyen de los escándalos y sólo quieren saber de problemas cuando el subordinado va con la solución bajo el brazo. De modo que, vistos los antecedentes, lo mejor que puede ocurrirle a Margarita Robles es que Pedro Sánchez no se sienta obligado a respaldar expresamente a su ministra. Tampoco lo necesita. Es lo suficientemente hábil para tapar la boca con una breve frase a las Belarras, Iglesias, Rufianes y Otegis de turno que se le pongan por delante.

En todo caso, la preocupación en Moncloa por el presunto cabreo de sus socios es palpable. De otro modo, el presidente no hubiera enviado de urgencia el domingo a Félix Bolaños a humillarse ante la Generalitat, dejando el móvil a la puerta de la sala de reuniones. De otro modo, en una muestra más de la falta de respeto a las instituciones y a la separación de poderes de la que hace gala con sus mandatos, no hubiera dado orden a Meritxell Batet de modificar las normas que rigen en el Congreso con el fin de dar cabida en la Comisión de Secretos Oficiales a los que quieren usar la información confidencial para dinamitar el Estado que les da de comer. Y, voraces como ya han demostrado que son, ni siquiera esto les resulta suficiente. Una vez más, los separatistas se colocan en el epicentro del debate nacional. Por supuesto, como víctimas, que es lo más rentable para obtener rédito político.

Margarita Robles, que se sabe en el punto de mira, sobre todo de Podemos, ya ha advertido en la sesión de control al Gobierno en el Parlamento que, en las próximas horas, tendremos novedades sobre el asunto. Tal vez acabemos por enterarnos de que el espionaje –que el Gobierno ha confirmado– no sólo estaba plenamente justificado, sino que también era de sobra conocido desde hace tiempo en el Palau. ¿Por qué eligen este momento para sacarlo a la luz? Quizá porque es el hábil señuelo con el que distraernos, no vaya a ser que nos dé por escudriñar en las estrechas relaciones entre Puigdemont y Rusia o entre Podemos y los Gobiernos de Teherán, Caracas o Moscú. Hemos montado el circo, debatiendo sobre el trabajo de los responsables de la seguridad nacional, cuando lo que tendríamos que estar valorando son las nada ocultas simpatías de un partido que forma parte del Gobierno de España por regímenes dictatoriales que no respetan el más básico de los derechos humanos.

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