Margarita Robles
La ministra fue la rana que ayudó al escorpión Sánchez a cruzar el río y ahora sufre su veneno. Pero por el bien de todos, sería bueno que sobreviviera a su picadura
Hace años tuve varios encuentros televisivos con Margarita Robles de los que salió un respeto recíproco que hoy se mantiene. Por aquel entonces Pedro Sánchez no era presidente del Gobierno y nadie en el PSOE creía viable, ni presentable, plantearse siquiera un pacto con Podemos y, mucho menos, con Bildu y ERC.
La mera mención provocaba erisipela en un partido que aún conservaba una idea de España que los necios usurpadores de aquel legado no saben que es netamente republicana también: orden, disciplina y cohesión; tres ingredientes básicos de una democracia en cualquiera de sus versiones.
Pero algunos ya intuíamos que aquel mocito madrileño estaba dispuesto a todo con tal de lograr en los despachos lo que perdía en el terreno de juego y Margarita, con todo el oficio que tiene, lo negaba con ardor: eso de que Sánchez anduviera buscando encamarse con Iglesias, Otegi y Junqueras a la vez, en un pacto que es a la política lo que la zoofilia al sexo, era falso de solemnidad.
No lo era, obviamente, y la expulsión de Sánchez de la secretaria general comandada por el bueno de Javier Fernández fue la prueba definitiva de su evidente conspiración: si en aquel momento aquella Junta Gestora hubiese explicado la razón real de su veto al señorito, nunca hubiera podido sobrevivir.
Pero le dejaron que, en otra de sus mentiras, extendiera la sensación de que lo echaban por ser el único que se negaba a facilitar la investidura de Rajoy y logró con esa falsedad imponerse en unas Primarias con el voto de cuatro gatos, bastante ceporros, a los que nunca más volvió a consultar nada.
Robles, como Borrell, fueron decisivos para dar la pátina de respeto, credibilidad y conocimientos que Sánchez no tenía: el resto de zánganos podían ayudarle a quedarse en la colmena como abejorro en jefe; pero solo dirigentes tan respetables y válidos como ellos maquillaban un poco la catadura del personaje y lo siniestro de sus planes, finalmente perpetrados tras engañar a los electores prometiendo no pactar con quienes finalmente lo ha pactado todo.
Ahora Robles es el objetivo a derribar por Podemos y todo el separatismo, a los que de algún modo ayudó con su pasividad o ingenuidad, si queremos ser benévolos: saben que es una mujer de Estado, una jurista de prestigio y una dirigente capaz de defender, incluso orgullosa y más claro todavía, que el CNI haya podido investigar a golpistas con todo el respaldo de la Justicia y lamentar que una obligación elemental de la Seguridad Nacional quiera presentarse como un abuso por los peajes infectos que Sánchez acepta del nacionalpopulismo que lo agarra por las ingles.
Que Otegi, Belarra, Junqueras y toda la pandilla de El señor de las moscas quiera zumbarse a una ministra de Defensa solvente entra dentro de lo normal, como que quieran cargarse al Rey. Pero que su compañero Marlaska, insigne representante de la familia de los anélidos, se frote las patitas con eso, proyecta toda la abyección del proyecto sanchista.
Robles ayudó a ese escorpión a cruzar el río, y lo hiciera por ambición, inocencia o ignorancia, no tiene mucho derecho a quejarse ahora de su picotazo.
Pero por el bien de España y el respeto que merece la ministra, ojalá sobreviva al ataque y aprenda una lección que en realidad se conoce perfectamente: como decía Al Pacino en Carlito’s way, nadie se reforma, «solo pierde fuerza».