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El decoro de Robles frente a la indignidad de Batet y Sánchez

De un presidente de Gobierno que antepone sus intereses personales a los del Estado pactando con quienes nunca condenaron los crímenes de ETA se puede esperar lo peor

Y si fueron espiados unos cuantos independentistas, «¿qué pasa?, ¿cuál es el problema?» se preguntaba la portavoz de Vox, Macarena Olona, en el Congreso mientras se dirigía al sumiso y genuflexo ante ERC Félix Bolaños, ministro de la Presidencia. Después se respondió a sí misma: «Poco me parece que les han espiado», teniendo en cuenta, añado, que dieron un golpe de Estado, pervirtieron la legalidad constitucional, pusieron en riesgo la convivencia pacífica entre los ciudadanos, atentaron contra la unidad de España y, lo que es más grave, prometieron que volverían a hacerlo. Como para no ponerles detrás un rastreador indio con el oído pegado al terreno y seguir sus pasos y movimientos día y noche.

Un presidente de Gobierno con sentido de Estado y decoro institucional no sólo habría defendido públicamente la legalidad del seguimiento y control a los golpistas separatistas sino también el trabajo de los servicios de inteligencia en defensa del Estado. Sánchez, lejos de actuar en esa dirección ha optado por ponerse de hinojos ante sus socios separatistas y prometerles la apertura de una investigación en el CNI, otra del defensor del pueblo, la incorporación inmediata del entramado Frankenstein, «indepes», bilduetarras y demás excrecencias políticas en la comisión de secretos oficiales del Congreso para que comparezca y se explique la directora de «La Casa» y hasta la desclasificación de documentos oficiales.

Sánchez está dispuesto a abrir en canal los servicios secretos y aventar información sobre la seguridad del Estado delante de los que pretenden destruirlo con tal de seguir apoltronado en el poder y garantizarse su apoyo parlamentario, como hizo Bildu en la votación del decreto económico anticrisis.

Y para ello no ha dudado en subvertir una vez más la división de poderes y poner el legislativo al servicio del ejecutivo, conminando a la presidenta Batet a perpetrar la cacicada normativa que ha permitido que los herederos de ETA, con su portavoz Mertxe Aizpurua condenada por ensalzar sus crímenes al frente, los comunistas antisistema de la CUP y los secesionistas, puedan entrar en la citada comisión de secretos oficiales que es algo así, permítanme el símil, como contratar a la zorra de ama de llaves del gallinero y poner al lobo de jefe de seguridad del rebaño.

No cabe mayor ignominia ante este chantaje victimista del independentismo que exige como compensación la cabeza de la ministra de Defensa, Margarita Robles, cuyo sentido de Estado y dignidad en defensa de los servicios de Información ha contrastado una vez más con la ambigüedad cómplice de Sánchez y la deslealtad rayana en la prevaricación de Meritxell Batet.

Hasta hace un cuarto de hora no dudaba, a pesar de su soledad en el seno del Gobierno, de que Margarita Robles tenía garantizada su continuidad en el Ministerio de Defensa donde destaca y luce como la ministra mejor valorada por los ciudadanos y con el reconocimiento de la oposición frente a la mediocridad patética de otros ministros-as , pero después de leer en el diario «sanchista» de la mañana que la «dureza de Robles en la sesión de control en el Congreso con los separatistas complica la estrategia de apaciguamiento de Sánchez y que hay malestar en sectores del Gobierno y del PSOE por el tono empleado por la ministra con sus socios», ya no me atrevo a hacer un pronóstico sobre su futuro.

Sería interesante que el diario «sanchista» de la mañana aclarara qué socialistas y ministros del gabinete además del sumiso Bolaños, y si está incluido Sánchez aunque podemos intuirlo, cuestionan la decencia institucional y el compromiso constitucional de Margarita Robles por preguntarse en el Congreso qué debe hacer un Estado y un Gobierno cuando alguien vulnera la Carta Magna, declara la independencia, corta las vías públicas, realiza desórdenes públicos y tiene relaciones con dirigentes políticos de un país, Rusia, que está invadiendo a sangre y fuego Ucrania.

Con Sánchez cualquiera sabe qué pasaría. De un presidente de Gobierno que antepone sus intereses personales a los del Estado pactando con quienes nunca condenaron los crímenes de ETA y que está convencido de que con su política de apaciguamiento va a convertir al tigre independentista en vegano y constitucionalista se puede esperar lo peor. Y encima se presenta como el paradigma de la política sana.