Si primas la mediocridad serás mediocre
Vivimos en la ficción de que podemos progresar ensimismados en lo local y sin esforzarnos demasiado
España, país que una vez se convirtió en el más grande del mundo gracias a volcarse en él con pasión y sin miedo, vive un momento de paralizante ensimismamiento. Nadie acierta a proponer un gran sueño, al modo de aquella «Nueva Frontera» de Kennedy. El presidente es un marrullero cuya palabra está devaluada. A falta de ideas mejores ha optado por una seudo religión medioambiental -materia en la que España pinta poco por su tamaño y que lastra nuestros bolsillos- y por un énfasis obsesivo en las reivindicaciones de las minorías (mientras pasa de las familias y las clases medias, pilares de la sociedad). El líder de la oposición por ahora se muestra como un esmerado contable. Parece conformarse con la -hercúlea- tarea de intentar cuadrar unas arcas públicas que Sánchez va a dejar semiquebradas, pero tampoco ofrece un sueño al país. De propina, la gobernabilidad del Estado pende de manera insólita de partidos que quieren romper ese Estado. Por último, los intelectuales han perdido eco y predicamento social, porque la mayoría se dedican a divagar sobre sus ombligos. Aquí el PSOE acaba de pactar con ETA, que asesinó a una docena de socialistas, y ni un solo pensador de izquierdas dice ni pío.
Malgastamos los días dando vueltas a la noria de problemas artificiales, como el separatismo, fruto de una cansina pataleta xenófoba y victimista. La conversación política es de vuelo chato (regate corto y patada a la espinilla). Rara vez se analiza en profundidad si los datos sostienen lo que afirman las palabras. Además, los políticos -y la sociedad- actuamos como si España fuese una isla respecto a lo que sucede en un mundo cada vez más competitivo y exigente. Países antaño rezagados han despertado, compiten con éxito con nosotros. Pero nos resistimos a encararlo… mientras consumimos coches y televisores surcoreanos y hablamos con móviles chinos. Irrumpió el covid y ya no sabíamos ni fabricar unas simples mascarillas.
Esa extraña insularidad mental de un país que antaño conquistó el mundo se percibe clamorosamente en la miope política exterior del Gobierno. No es solo que hayan renunciado a toda ambición internacional para España, sino que además creen que sus acciones no acarrean consecuencias. Cuando en mayo de 2019 la sobrevalorada Margarita Robles -el tuerto es rey entre los ciegos- ordenó la retirada de la fragata española Méndez Núñez del grupo de combate estadounidense en el golfo Pérsico, liderado por el portaaviones USS Abraham Lincoln, lógicamente Estados Unidos tomó nota. Simbólicamente les estábamos dando la espalda en su enfrentamiento con Irán. Sumado a que tenemos el Gobierno más extremista de Europa y un presidente débil y veleta, el resultado es que los mandatarios americanos, el de antes y el de ahora, desconfían de España. También en la OTAN levantamos suspicacias, como está contando El Debate.
Instalados en la insularidad mental pensamos que lo que pasa fuera da un poco igual. No es así. Vivimos en un mundo totalmente interrelacionado. Por ejemplo, casi todo el armamento sofisticado de nuestras Fuerzas Armadas es de patente y software estadounidense (en la crisis de Perejil tuvimos que pedir permiso a EE. UU. para intentar utilizar allí nuestros helicópteros más avanzados). Si desairas y enojas a Estados Unidos, que sigue siendo la primera potencia y domina el planeta con sus tecnológicas, perderás oportunidades comerciales, intercambios científicos, inversión foránea y poder blando. El último que lo entendió y actuó en consecuencia fue Aznar, hay que reconocérselo.
Otro triste ejemplo del imperante pensamiento naif ha sido cómo se ha manejado el giro en el Sáhara Occidental. Para enmendar su metedura de pata con Ghali y congraciarse con Marruecos, Sánchez ha encabronado en un momento crítico a los argelinos, nuestros principales proveedores de gas. Enésima muestra de que nos gobiernan aficionados que no ven más allá de su Instagram.
El Gobierno TikTok y la oposición no quieren darse por enterados de que España está compitiendo con países que trabajan y estudian más. Tampoco queremos asumir que el futuro no pasará por el campo, por muy entrañable que sea, o por pymes de tres y cuatro empleados; sino por el universo digital, donde se cuecen el gran pastel económico y la invención puntera y donde no pintamos casi nada (y si no sacamos más promociones de licenciados en carreras técnicas cada vez pintaremos menos, pero eso exige esfuerzo y hemos optado por el paradigma contrario: el culto a la mediocridad).
Algunos partidos en las orillas zurda y diestra incluso son antieuropeos. Lo cual equivale a decir que no se han molestado ni en hacer una pequeña cuenta de la vieja, porque ningún país de Europa Occidental tiene tamaño para competir solo con éxito en el mundo actual (para sobrevivir arrastrando los pies y para engañarse con grandes fanfarrias nacionalistas, sí). ¿Quién registra más patentes europeas en España? La respuesta es Airbus, que dobla al segundo, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Y Airbus es una realidad salida de la cooperación europea, senda que será imprescindible si todavía aspiramos a ser la rodaja de mortadela en el gran sándwich que forman EE.UU. y China. Si nos desagradan la UE e intentar competir en el mundo globalizado existen otras opciones, por supuesto, como la del parque temático turístico. O la autarquía económica y el proteccionismo (como defendía la señora Le Pen). O laminar la cultura del esfuerzo y simular que somos los más verdes, gays, feministas, subvencionados… y quebrados del orbe. La receta del Gobierno.
La inesperada -o esperadísima- guerra de Ucrania nos ha recordado súbitamente un principio elemental de la política adulta: los países tienen que dotarse de una estrategia seria y a largo plazo en defensa, seguridad, energía e investigación. Además, las grandes alianzas internacionales son imprescindibles. Pero resulta más cómodo ir trampeando con propaganda, soflamas emotivas y una alocada escapada a golpe de gasto público.
Si Isabel de Castilla y Fernando de Aragón hubiesen tenido nuestra mentalidad, los musulmanes todavía estarían viendo la puesta de sol desde la Alhambra y América, por descubrir. España precisa un enorme esfuerzo educativo, un rearme moral, aspiraciones elevadas y recuperar la mirada cosmopolita que antaño la hizo despegar. Estamos construyendo un país demasiado superficial, muy irascible, con dos bloques que ya ni se hablan, y donde los niños sueñan con ser… funcionarios (con todo mi respeto hacia ellos).