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Ser pelmazo no es delito

Errejón debe saber que esa persona, por llamarle «rojillo», no tiene que ser de ultraderecha. En este caso, el pelma fue medido y respetuoso, porque Errejón, de rojillo nada, es un rojo reventón

Todas las personas que hayan destacado, para bien o para mal, en el conocimiento social, han tenido que lidiar con pelmazos. En mi caso, con centenares de ellos. Salía de Onda Cero acompañado de Carlos Cano cuando fui asaltado por un tostón. Me rodeó. Los pesados tienen la capacidad física del rodeo. Abarcan los cuatro puntos cardinales y no hay escapatoria. Aquel rollo de tío pretendía entregarme tres centenares de folios mecanografiados con su «ópera prima».

–Quiero conocer su opinión. Es una novela de amor y guerra, con tramos eróticos.

Le dije que tenía muchas cosas que hacer y que no podía atenderle. Por el norte, por el sur, por el este y por el oeste, el pelmazo me impedía la huida. Le hablé con cortesía y me negué a recibir su novela. Él insistía:

–Sólo quiero que la lea y me dé su opinión. Tampoco es mucho lo que le pido.

Me salvó Carlos Cano, que acababa de nacer después de experimentar un gravísimo episodio vascular.

–Deje en paz a este señor. Es usted un inoportuno y un latoso. La vida es muy corta y no es justo gastarla con plomos como usted. Váyase a paseo.

Ante el chorreo de Carlos Cano el pelmazo dejó libre el noroeste y por ese punto nos escapamos. Pero ni le aparté el brazo ni le propiné una patada.

A finales de los sesenta, el expreso de Andalucía, al hacer su entrada en la estación de Espeluy, provincia de Jaén, en un cambio de agujas, descarriló. No hubo que lamentar víctimas ni heridos. Sí hubo que lamentar, y mucho, que entre los viajeros que experimentaron el suceso se encontrara mi compañero de colegio Práxedes Bermejo, conocido por «El denso». Y el denso nos narró su experiencia a un grupo de compañeros de clase. Inició la narración a las ocho de la tarde en el bar «Jurucha» de la calle de Ayala, y a las 10.15 el tren no había partido todavía de la estación de Atocha. Fue abandonado por todos. Al día siguiente, Ramón, uno de los camareros, me amonestó.

–Como vuelvan a traerme al pesado del accidente en Espeluy, les prohíbo la entrada a todos ustedes-. Pero Ramón no le apartó el brazo ni le dio una patada.

Está claro que el hombre que acosó para hacerse un selfie con Errejón actuó con inoportunidad y pelmacería. Errejón ha justificado en el juicio que se enfadó mucho con la víctima porque era de ultraderecha. Le llamó «rojillo». Se acercó para hacerse el selfie y Errejón ha reconocido « que le apartó el brazo y ya», y en el «ya» está el intríngulis. El pelma asegura que Errejón, que estaba un tanto tomado, le dio una patada en el vientre, y Errejón niega la supuesta agresión. El pelmazo –no es delito serlo, sino una desgracia– fue trasladado a un hospital como consecuencia de la patada que no existió según Errejón. El lugar del impacto pernil del líder supremo de Mas País coincidió con la cicatriz de una reciente operación de cáncer de colon en el agredido. La Fiscal, al no existir pruebas de la patada, aunque sí grabaciones de la disputa, ha pedido su absolución. No obstante, el abogado del denunciante reclama una multa de 6.000 euros para Errejón y una indemnización de 1.500 euros para la supuesta víctima.

Visto para sentencia. Pero Errejón tiene que saber contenerse, aunque sean las 11 de la noche y se haya tomado algunas copitas con sus amigos y guardaespaldas. Ser pelmazo es una contrariedad, pero no un delito. Ser inoportuno es una desgracia, pero no un delito. Y un político que presume de pacifista, ecologista, feminista, progresista y antifascista no puede liarse a patadas, estén grabadas o no, con un maduro ciudadano que después de llamarle «rojillo» le reclama un selfie. Y debe saber también que esa persona, por llamarle «rojillo», no tiene que ser de ultraderecha. En este caso, el pelma fue medido y respetuoso, porque Errejón, de rojillo nada, es un rojo reventón, hijo de 1917, boquita de piñón, pierna larga, brazos tajantes, rencor tortuoso y más falso que los méritos de su beca en la Universidad de Málaga.

Si no hay pruebas, es muy probable la absolución, a pesar del reconocido rifirrafe. Pero en este caso, y permítanme la imprudencia, creo más a la víctima que al presumible agresor. «Yo le aparté el brazo y ya».

De acuerdo. Pero se ha olvidado de contar el «ya».