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Pepe el de los fulares y el sindicalismo camp

Nuestros sindicatos, más pasados de moda que los videoclubes, han caído hasta en la infamia de hacerle el caldo gordo al separatismo

Llegó el 1 de mayo, con las marchas rituales y menguantes de nuestros sindicatos clásicos. Poco público, unas diez mil almas en una capital del tamaño de Madrid, pero tres mandatarios comunistas a pie de pancarta: la vicepresidenta Yolanda, ataviada esta vez de «sport lucha obrera» y con su hija; Garzón, que como no hace nada en el Ministerio tiene tiempo libre para lo que se tercie, y un secretario de Estado que es el líder del PCE y está más cercano a Putin que a Occidente.

UGT y Comisiones, más anticuados que los videoclubes, se encuentran bastante desprestigiados. Si estuviese gobernando el viejo Mariano, o Feijóo, y sufriésemos la mayor tasa de paro de la UE, una desempleo juvenil del 30 %, los hogares asfixiados por una inflación de 8,4 % y unas promesas de ayudas que se quedan casi siempre en gas, los sindicatos ya estarían tocando las trompetas para una huelga general. Pero gobierna Sánchez, que no se ha cortado un pelo y directamente ha comprado sus voluntades disparando las subvenciones a las centrales. Así que UGT y Comisiones han abrochado la pasta y están más mansos que una tortuga en hibernación.

Los sindicatos han perdido crédito porque se han olvidado de los jóvenes, porque no comprenden cómo funciona la economía en el siglo XXI y por los chanchullos corruptos que han salpicado reiteradamente a la UGT (sin una sola disculpa por parte de su líder, Pepe el de los fulares). La central socialista ha visto entrar en la cárcel a dirigentes de Andalucía y Asturias y en Madrid se investiga ahora mismo una estafa de dos millones en UGT, cuya sospechosa es la hija de una diputada del PSOE en la Asamblea. Pero en un país donde su Rey va camino de tener que divulgar por ley hasta qué marca de ropa interior usa, los salarios de Pepe Álvarez y Unai Sordo son un secreto perfectamente blindado (ergo no deben ser modestos).

Hay una generación de jóvenes que se ha quedado descolgada del tren laboral por el corte de la covid, a los que nada ofrecen los sindicatos. Hay muchísimos trabajadores que sufren el abuso de estar cobrando como falsos autónomos cuando en realidad hacen la misma labor que un empleado fijo. ¿Dónde están los sindicatos? Hay una epidemia económica de creciente desigualdad y unas multinacionales digitales que torean a los fiscos nacionales y a la legislación laboral. ¿Dónde están los sindicatos? Ahí fuera se está produciendo ya una revolución de la Inteligencia Artificial, que va a voltear drásticamente el mundo laboral y que en su primera fase operará como una trituradora de empleos. ¿Dónde están los sindicatos? Pues los sindicatos están en Babia, porque siguen instalados en los planteamientos de la lucha obrera de comienzos del siglo XX –aunque en versión caviar– y ni siquiera han aceptado todavía la más básica de las máximas económicas: los empleos y la prosperidad de los países dependen de sus empresarios, no del Estado, que lo que debe hacer es no darles el coñazo y en la medida de lo posible facilitar su tarea. Los sindicatos españoles se muestran cada vez más distantes de las preocupaciones cotidianas de los empleados, como ejemplificaba de manera muy gráfica este 1 de mayo la profusión de banderas gais en la cabeza de la manifestación.

Pero el retrato de nuestro sindicalismo no puede estar completo sin una referencia a la infamia que en cierto modo les ha dado la puntilla reputacional: UGT y Comisiones, teóricos defensores de los trabajadores españoles, se han aliado de manera inexplicable con el separatismo catalán, el movimiento más insolidario y rancio de nuestra política. Pepe el de los fulares, de 66 años, se llama José María Álvarez Suárez y es un asturiano de la pequeña Belmonte de Miranda. Estudió FP en su tierra y a los 19 años, como tantos españoles, hizo el petate y emigró a Cataluña, donde las opciones de empleo eran mayores. Pepe se empleó en una compañía ferroviaria y se hizo sindicalista. Durante un porrón de años fue el secretario del metal de UGT Cataluña, hasta convertirse en el líder del sindicato. Hoy arrastra un síndrome de Estocolmo de caballo ante los separatistas, llegando al extremo de que UGT fue uno de los peticionarios de los indultos para los golpistas antiespañoles de 2017. Unai, el de Comisiones, presenta una historia similar. Se apellida Sordo Calvo y es hijo de emigrantes vallisoletanos llegados a Baracaldo. Estudió graduado social, se empleó en una firma maderera y de chaval se afilió a las juventudes de CCOO. Después fue trepando en el escalafón, hasta llegar a la secretaría general, donde también ha apoyado con entusiasmo a los separatistas catalanes en sus lamentos.

Si no son capaces de ser mínimamente leales y defender a su país, ¿cómo van a defender a sus trabajadores? Los sindicatos hacen falta. Pero no estos.