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Pequeña romería

Los secretarios generales de UGT y Comisiones obreras, Unai Sordo y Pepe Álvarez, respectivamente, sí llegaron con puntualidad a la romería

La manifestación de los sindicatos marisqueros del 1 de mayo se ha convertido en una pequeña y simpática romería. Apenas 10.000 personas, y casi todas ellas con sus pucheros dependientes de la militancia liberada. Banderas rojas y las feísimas y efímeras tricolores, probablemente diseñadas en 1931 por un entusiasta daltónico. Ninguna de España, a la que algunos denominan «la monárquica» o «la franquista», desde su clamorosa ignorancia. La Primera república la mantuvo, cambiando la Corona Real por la Mural, y la Segunda República, la soviética, la instituyó con carácter secundario, porque su bandera fue la roja de la URSS. En fin, un capricho multicolor que entretiene a unos cuantos y menguantes analfabetos históricos.

La romería marisquera, con Sordo, Álvarez y Yolanda Díaz conllevando pancarta, resultó deslavazada y pobre de resultados. Acudieron algunos ministros, como Alberto Garzón, al que situaron en lugar secundario, porque a ellos mismos, a los sindicalistas a cargo de los impuestos de los españoles, también les parece bastante tonto. Y lució, en cambio, la de las cuatro «emes», muy abrazada a la tucana, «Mónica, madre, médica –no doctora– y mema», la humilde propietaria de una amplia vivienda en el sector más caro del más caro barrio de Madrid. A Errejón no se le vio. Según fuentes no oficiales de Más Madrid, se sintió agotado el domingo por la mañana, después de correr a toda pastilla durante la noche del sábado, escapando del negro de Lavapiés de mirada amenazante.

Los secretarios generales de UGT y Comisiones obreras, Unai Sordo y Pepe Álvarez, respectivamente, sí llegaron con puntualidad a la romería. Al fin y al cabo, se trata de su único deber laboral a cumplir cada año, y en este caso, tanto el uno como el otro se mostraron escrupulosamente cumplidores de su obligación. En el mundo occidental hay tres personas que sólo tienen un deber cada año. Los secretarios generales de UGT y CCOO, de asistir a la romería, y el duque de Kent, de entregar los trofeos de Wimbledon, si bien el Duque de Kent trabaja el doble que nuestros secretarios generales, porque entrega un sábado los premios de la final femenina y al día siguiente, el domingo, los de la final masculina. Y cuando retorna a su hogar se dirige a Spencer, su ayuda de cámara, de esta guisa:

–Todo bien, Spencer. Un fin de semana agotador. Necesito un buen gin-tonic.

Y, lógicamente, Spencer procede a servírselo.

Como el Gobierno es socialcomunista, acudieron algunos ministros. Es sabido que los sindicatos de clase se mantienen gracias al dinero público que les regala el sistema y, por lógica y buena educación, las reivindicaciones apenas fueron reivindicadas. Todo menos molestar a Sánchez y a Díaz, y menos aún, provocar un malentendido entre la manifestante Díaz y la vicepresidente del Gobierno y ministra de Trabajo Díaz, que, por ser la misma persona, no puede interpretar simultáneamente el papel de adversa al Gobierno siendo vicepresidente y ministra de ese Gobierno. Se trató, pues, de una romería silenciosa con momentos chispeantes protagonizados por Mónica García, que es muy incisiva y divertida. Le gusta bromear. Al iniciarse el deambular romero, Mónica le dijo a Pepe Álvarez.

–Pepe, al que no veo es a Carlos.

Y Álvarez le preguntó:

–¿Qué Carlos?

Y aquello fue el despiporre.

–¡El de los pelos largos!-, respondió Mónica, y qué risa,

jajajajá, y jajajajá. Y cuando había pasado un tiempo, le preguntó a Unai Sordo.

–¿Sabes algo de Lucas?

Y Unai, distraído, picó de lleno.

-¿Qué Lucas?

-¡El de las pelucas!

Y otra vez jajajá, jajajajá… ay que me muero, Virgen de Atocha, qué mujer tan divertida.

Y la romería terminó como siempre. A la hora del aperitivo. Cañas bien tiradas, cigalitas, camarones, bocas de la Isla, centollos, nécoras, carabineros, y jamoncito.

–Para el año que viene, Unai y Pepe, ni centollos ni nécoras. Que hay que trabajar mucho para sacarles provecho.

Y la romería terminó cuando Errejón abandonaba su casa a toda carrera para no toparse con el negro de Lavapiés.