Me espía el Pegasus
Para mí, que se trata del mismo que envió las balas a Pablo Iglesias. Es decir, Pablo Iglesias. Deduzco que Pegasus no puede ser otro
Me ha llamado un tal Bolaños. Mensaje escueto. « Le llamo desde el Palacio de la Moncloa. Cuidado con Pegasus». Le estoy dando vueltas al asunto y no hallo la salida. Una escritora muy cursi, Edelmira Farffane, escribió este párrafo, el más destacado de su cuento La Ventana Hechicera. « Me siento prisionera en mi salón. Han desaparecido las ventanas. Mi álbum de firmas se halla desaparecido, así como mi colección de sobres que contienen mechones del cabello de mis pretendientes. Ignoro hacia dónde han volado los cisnes de marfil de mi colección. Colecciono cisnes de marfil y alondras de porcelana. Pero han levantado el vuelo en pos de otro hogar. La fotografía de mis papás cortando la tarta nupcial en la jornada de su unión matrimonial yace en el suelo, sobre la alfombra tornasolada que adquirí en mi último viaje a Manila, y por la que fui encarcelada porque, despistada de mí, me la llevé del anticuario sin pagarla. He soñado esta noche con un hermoso corcel blanco con amplias alas. O quizá lo he visto. Después de disfrutar de su suave vuelo, me ha dicho que se llama Pegasus. Le estoy dando vueltas y no hallo la salida».
Lo mismo me sucede. Entiendo la confusión de Edelmira Farffane, autora de una de las novelas de amor más vendidas en la isla de Pascua. «Le entregué mi flor a un malvado jardinero». Le estoy dando vueltas y no hallo la salida.
Porque no conozco de nada al tal Bolaños. Muy poco simpático, aunque en este caso semejante dato carezca de importancia. Voz seca. «Le llamo desde el Palacio de la Moncloa. Cuidado con Pegasus». Coincide con el corcel alado de Edelmira Farffane, autora también de una bella novela costera que tuvo mucho éxito en la feria del Libro de Tegucigalpa.
«La Concha playera que se enamoró de un plateado pececillo». Por lógica, una novela rebosada de tristeza, porque el amor de una concha playera con un plateado pececillo es de muy complicada culminación.
He llamado a mi garganta profunda de la Moncloa. Me dice que Pegasus es una conspiración inmersa en el espionaje. Que fue diseñada la estrategia por Pedro Sánchez, y que tan mal diseñada está la estrategia, que Pedro Sánchez ha sido uno de los espiados. Para mí, que se trata del mismo que envió las balas a Pablo Iglesias. Es decir, Pablo Iglesias. Deduzco que Pegasus no puede ser otro. También podría ser la mujer de las caderas desparramadas del «atentado» contra una sede de Podemos. O el pintor de carreteras asturianas que escribió «Coletas, Rata» y animó al valiente dirigente comunista a salir a toda pastilla de vuelta a Madrid, donde disfrutaba de la profesionalidad, la vocación de servicio y el sentido del deber de treinta guardias civiles que custodiaban su hogar de La Navata, la humilde urbanización de Galapagar desde la que se toca con la mano el azul velazqueño de la sierra de Guadarrama.
Conspiración internacional, dicen ahora. Convocar una rueda de prensa para distraer al personal con semejante chorrada dice muy poco de los recursos mentirosos que aún almacenan en la Moncloa. Ahora va a resultar que el irascible inquilino que reacciona a las malas noticias estampando platos de la vajilla monclovina en las paredes no es otro que Pegasus. Algo se está cociendo en secreto para que el mayor mentiroso de España, el mayor estafador a la verdad de Europa, ordene a su Bolaños soltarnos esa gansada.
O Pegasus es Iglesias, o Pegasus es Sánchez, o existen dos Pegasus. Divertido acertijo.