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Pedrito calamidad

¿Quién te ha espiado, Pedrito? ¿Y a quién has espiado tú, Pedrito? Menos llantos y más respuestas: a un presidente solo se le puede ayudar cuando se comporta como un presidente

Lo primero que hay que decir, olvidándonos de si nos gusta mucho, poco o nada Pedro Sánchez; es que si alguien intenta espiarle, sea quien sea, hay que condenarlo y llegar hasta el final para saber la verdad y darle la respuesta oportuna.

Sea una potencia extranjera (Marruecos, China y Rusia aparecen en todas las especulaciones, con el siniestro reyezuelo moro a la cabeza), una gran corporación (aquí es más difícil hacer quinielas) o incluso rivales políticos internos (se llegó a hablar, aunque parece descartado, de facciones incontroladas del CNI o hasta del separatismo), la conclusión es la misma: hay que apoyar al Gobierno porque la amenaza es a España.

Ahora bien, en esta historia no se puede pedir «adhesiones inquebrantables» sabiendo la catadura del personaje, la naturaleza de sus numeritos y las lagunas inmensas de su relato.

Se nos amontonan las sospechas y las preguntas. Y el Gobierno no ha aclarado ni una: ha querido jugar a James Bond y se ha quedado en Mortadelo y Filemón.

Lo que sabemos es que, de momento, ha utilizado el supuesto espionaje para intentar cerrar la crisis política que amenaza la estabilidad de Sánchez: como no ha podido calmar a ERC ni dejándole entrar en la Comisión de Secretos Oficiales, de la manita de Bildu, lo está intentando hacer diciendo que a ellos también les han espiado.

Es decir, hace unos días Margarita Robles defendió en el Congreso, con toda la razón, el derecho del Estado a defenderse de golpistas reincidentes a los que Sánchez indultó y, vaya por Dios, a los tres días salen Zipi Bolaños y Zape Rodríguez a denunciar que Pegasus había infectado al presidente y la ministra de Defensa.

¿Qué casualidad no? Bien, supongamos que es cierto. Que puede serlo, como lo ha sido con otros presidentes, en grado de tentativa o de éxito. ¿Por qué tardaron casi un año en darse cuenta? ¿Lo sabían desde el primer momento y se lo han callado hasta que les ha venido bien para tranquilizar a ERC y disimular su propio espionaje a los separatistas? ¿O no se han enterado y acabamos de descubrir que el presidente del Gobierno vigila su teléfono con la misma seriedad que un quinceañero navegando por Instagram? ¿Tenemos que creernos que no existe un control diario de la seguridad en las comunicaciones del presidente? ¿O sí existe pero él es un negligente y no se deja? ¿Los espías de Sánchez son los mismos que los de los separatistas o aquí espía todo Dios a todo Dios y nadie se entera?

Porque si el Gobierno era consciente y se lo calló, mal. Y si no lo sabía y se ha enterado ahora, peor. Lo que no puede ser es que nos suelte ahora una película de espías que vinieron del frío, o del desierto, y nos la traguemos, como ya hizo con las cartas con balas o las navajitas en la campaña electoral de la Comunidad de Madrid.

Si quieren que nos lo creamos, tienen que explicarlo a fondo. Quién, cómo, por qué y qué fallo. Y mientras no haga eso y se limiten a dar ruedas de prensa de plañidera que ningún Gobierno del mundo daría en esa situación, que no espere apoyo.

A Pedrito ya le conocemos. Le gustan más un drama y una foto que a un tonto una piruleta. Y es capaz de utilizar cualquier cosa para lograr un objetivo político o para acusar al PP, a VOX, a Ciudadanos y hasta a Franco si hace falta.

Y también para tapar sus vergüenzas, que no son pocas: con Marruecos y el Polisario; con ERC y con Bildu; con Podemos y Venezuela… la lista es infinita.

¿Quién te ha espiado, Pedrito? ¿Y a quién has espiado tú, Pedrito? Menos llantos y más respuestas: a un presidente solo se le puede ayudar cuando se comporta como un presidente.

Y de momento, lo que hemos visto, es al mismo Sánchez de siempre, melodramático y opaco, prefiriendo hacer el ridículo ante medio mundo si con ello calma un poco los ánimos de Junqueras, Otegi y el resto de su harén golpista: al final, se quedará sin barcos y sin honra, morirá de rodillas aplastado por el propio peso de su desvergüenza, detectable con y sin Pegasus en varias millas a la redonda.