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La picadora

Lo de menos son las intrusiones en los teléfonos de Moncloa. Aunque seguro que, de saber su contenido, nos preocuparía más que el propio hackeo

La picadora Sánchez trabaja a destajo. Primero trituró su propia credibilidad y, visto el resultado, tan eficaz, ha triturado la independencia del Congreso de los Diputados, de la Fiscalía General del Estado, del Centro de Investigaciones Sociológicas y, desde esta semana, del Centro Nacional de Inteligencia. Para hacer fosfatina la independencia de los tres primeros y antaño respetados organismos públicos, ha contado con cooperadores necesarios como Meritxell Batet, Dolores Delgado y el inefable José Félix Tezanos. Pero para acabar con la reputación del CNI cree bastarse él solito, socavando el buen nombre de la institución y, con ello, el de la marca España, a base de mezclar dos ingredientes indispensables: cobardía, para poder salvar el pellejo, y falta de patriotismo. No duden que la picadora Sánchez triturará también a la mismísima Monarquía parlamentaria. Con o sin Pegasus. Es cuestión de tiempo y de supervivencia política.

Como en el Centro de la Cuesta de las Perdices no tiene Sánchez una Batet o una Lola que prostituyan sus funciones a mayor gloria del líder, ha procedido él, directamente, contra el CNI. El artista que ha hecho del Gobierno de España un circo con tres pistas ha creído que los españoles somos unos tolilis (es verdad que alguno de sus votantes ha dado señales de ello) y, sobre todo, que los más tolilis son los formidables profesionales que integran el servicio de espionaje español, a los que el impertérrito presidente ha degradado a la T.I.A. de Mortadelo y Filemón.

Sabe que cuenta con la obligada discreción de sus agentes, que se juegan la vida para defenderle a él y a todos nosotros. Altísimos funcionarios del Estado, a los que solo la ministra Robles ha defendido mientras el presidente los ha acusado desde el relato oficial de ser un hatajo de maulas que no saben ni blindar la seguridad de las comunicaciones de la segunda magistratura del Estado. Es imposible hacer caer más bajo a quienes debemos buena parte del fin de ETA, la desarticulación de atentados yihadistas y la lucha contra el crimen organizado y el narcotráfico.

Al cabo, lo de menos son las intrusiones en los teléfonos de Moncloa. Aunque seguro que, de saber su contenido, nos preocuparía más que el propio hackeo. Imaginen si conociéramos la intervención de Sánchez en la operación contra el hermano de Ayuso, o sus conversaciones con Otegi, o las interioridades de sus cuchipandas en el Falcon, o cómo se fraguó a través de González Laya el ingreso de Ghali en un hospital de Logroño. Igual a estas alturas es consciente de que tiene algún enemigo íntimo, ante el que recientemente se ha hincado de hinojos, convida a cuscús en su Corte para disfrutar con las capturas de su smartphone institucional y de ahí el silencio oficial durante doce meses, solo roto por la necesidad de administrar una tila urgente a sus socios independentistas.

Que ni Macron ni Boris Johnson (que no es el paradigma de la prudencia) ni Merkel hayan convertido en propaganda política una información que pone en jaque la seguridad de sus naciones nos interpela sobre la catadura moral de quien llamó el lunes de madrugada a los periodistas y los mandó, como Diderot, a engullir sin dudarlo la mentira que le halaga, mientras bebe a sorbos la verdad que le amarga.