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Ante el Circo Sánchez lo normal es revolucionario

La política se ha degradado tanto que Feijóo va a ganar las elecciones defendiendo cuatro cosas de puro sentido común

Hace poco más de un año, Pablo Manuel Iglesias Turrión, hoy de 43 años, era el vicepresidente segundo del Gobierno de Sánchez, con quien rubricó la coalición de socialistas y comunistas que todavía nos gobierna. Ahora ese señor trabaja de tertuliano y acaba de enzarzarse con un histrión televisivo, Risto Mejide. En una fogosa tangana dialéctica vía Twitter, ambos se han acusado de esnifar coca, intercambiándose el epíteto de «farlopero». Qué nivelón.

Es decir, hemos tenido como vicepresidente del Gobierno a un tipo que se reboza encantado en la dialéctica más cutre y que cuando le tocó ejercer el poder batió récords de gandulería. Iglesias era tan vago que casi hacía bueno a un legendario ministro de Aznar, que cuando lo relevaban daba siempre a su sucesor el siguiente consejo: «Tú haz como yo, ¡no hagas nada!».

El hecho de que Iglesias llegase a vicepresidente constituye la metáfora perfecta de cómo se ha degradado la política española. Pero hay más ejemplos. «Sopa de ganso», la obra maestra del astracán que rubricaron los hermanos Marx, es una película seria comparada con lo que estamos viendo estos días en la Moncloa. Sinopsis: Sánchez y Bolaños cargan contra el CNI para hacerle la rosca a los separatistas; Margarita defiende al CNI y arremete contra Bolaños; Podemos galopa en tromba contra el Gobierno del que forma parte; los separatistas antiespañoles que sostienen al Gobierno de España amenazan con dejarlo tirado y Sánchez, que es su rehén, los premia metiendo a lo frikis de la CUP, los golpistas de ERC y Junts y los postetarras de Bildu en la comisión de secretos oficiales del Estado. Insuperable. No se puede hacer peor. Si nos lo cuentan hace solo seis años nos parecería una fábula calenturienta, un imposible.

Feijóo acaba de explicar su propuesta para España en un desayuno informativo de El Debate, organizado en los salones del Hotel Four Seasons, ahora mismo el epicentro social de Madrid. Allí recordó lo que no se quiere ver: «La situación económica del país es límite». Propuso rebajar los impuestos para mitigar los daños de la hiperinflación. Abogó por volver al rigor contable. Defendió la importancia del esfuerzo en educación. Señaló que es un suicidio a plazos el hecho de que España, «la segunda nación más antigua del mundo con Francia», tenga su Gobierno en manos de independentistas contrarios a la propia España.

En un momento en que la política se ha convertido en un intercambio de collejas, patadas a la espinilla y lemas de «al enemigo ni agua», defendió con tono sosegado que «en España hay hambre de estabilidad y sosiego» y que debemos volver al debate tranquilo. Por último, puso en valor la experiencia, la veteranía, en un país que en los últimos tiempos se entregó a una suerte de efebocracia.

En resumen, Feijóo no dijo en realidad nada sorprendente, sensacional o altisonante. Todo sonó a puro sentido común y cuando se le habló de la «batalla de las ideas» se escaqueó como pudo para no mojarse. En otras décadas de la política española, una oferta así parecería magra, un poco alicorta de espiraciones. Pero el deterioro es tal y el fracaso de la llamada «Nueva Política» ha resultado tan estrepitoso que una simple propuesta de cordura contable, servicio público ordenado y gestión tranquila del bien común parece casi revolucionaria en España.

Hay una frase muy conocida del clarividente Adam Smith con la que no puedo estar más de acuerdo: «Poco más se necesita para llevar a una nación a su máximo grado de opulencia desde la más baja barbarie que paz, pocos impuestos y una tolerable administración de justicia; todo lo demás vendrá dado por el curso natural de las cosas».

En España, el clima político se ha degradado hasta tal extremo que la máxima de Smith cobra una singular actualidad. Feijóo le va a ganar las elecciones a Sánchez por decir cuatro cosas de sentido común. El circo de Sánchez y agobio por la subida del coste de la vida ya no lo tapan ni con el potente cañón de sus televisiones. El país empieza a anhelar a un tendero ordenado que sepa llevar las cuentas. A algunos nos gustaría además que el tendero se atreviese a soñar un poco, que se plantease revertir la atosigante carcasa de ingeniería social que nos ha echado encima el sanchismo. Pero por ahora, lo primero y urgente es atajar la gangrena institucional y económica que aqueja al país. Léase: desalojar a Sánchez, el del circo de cuatro pistas, los espías de Mortadelo y Filemón, los socios imposibles y la trola sistemática como flotador de supervivencia.