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¿Es Pedro Sánchez un traidor a la patria?

¿Qué le vio Mohamed en el teléfono para que se asustara tanto, presidente? La mera pregunta ya es suficiente para invalidar a Sánchez para el cargo

Sánchez entero se resume en la crisis de los espías, en la que ha pretendido parecer un personaje de Graham Green y ha acabado con cara de Superagente 86. Pero el hilarante ridículo protagonizado por un presidente de chiste no debe desviar la atención sobre la gravedad de los hechos que se vislumbran al fondo, indiciarios de otra traición.

De un lado ha entregado la cabeza del CNI a ERC y Bildu, al permitir que se convierta una obligación del Estado, investigar a golpistas, en una jugarreta sucia e ilegal: no ser capaz de defender la necesidad de vigilar a quienes ponen en riesgo la seguridad nacional y la cohesión territorial y, en su lugar, deshacerse en disculpas y ofrecerles canonjías, convierte al propio Sánchez en una amenaza en sí mismo.

De otro, intuir que regaló el Sáhara a Marruecos a sabiendas de que le había estado investigando a él, avala una sospecha escandalosa sobre las auténticas razones de ese volantazo diplomático que nadie ha explicado aún con un mínimo de precisión.

Solo sabemos que hace un mes el presidente se marchó a Rabat a oficializar una bajada de pantalones legendaria que regala a Marruecos una plaza estratégica y le acerca a su confesado objetivo de quedarse con la plataforma continental de Canarias y a la conquista, poco a poco, de Ceuta y Melilla. A cambio de nada.

Las razones de su entrega a Junqueras y Otegi, como antes a Podemos, son bien conocidas: esa traición viene de lejos, desde que asaltó al PSOE presentando a sus propios compañeros como meros colaboracionistas de Rajoy y logró con ello vencer en las Primarias. Ahí puso en marcha la moción de censura que, desde entonces y para siempre, le ha hecho deudor de todos los enemigos de España.

Con Marruecos las certezas son inferiores, pero los indicios son ya abrumadores: es un hecho que coló en España clandestinamente al líder del Polisario; es un hecho que un año después renunció gratis al Sáhara sin el plácet del Congreso y empieza a parecer un hecho que, entre medias de ambos episodios, Mohamed VI le espió colándose en su móvil: algo que el Gobierno supo casi en tiempo real pero se ha callado hasta el momento procesal oportuno para usarlo en su cadena de sumisiones al independentismo.

Si se confirma que el espionaje tiene acento marroquí, la posición de Sánchez será insostenible y su condición de traidor, en un sentido político y quién sabe si legal, evidente. La mera llegada del líder socialista a la Moncloa con esas compañías ya es una traición, incompatible con su propia decisión de apoyar un 155 contra unos y advertir de la miseria y el populismo que traerían otros.

Pero si a esa evidencia se le suma otro episodio similar en el extranjero, no bastará con colgarle esa condición en un sentido metafórico: entregarle a hurtadillas una parte de los intereses nacionales a un sátrapa con turbante, a sabiendas de que le estaba espiando, no puede solventarse con otro apaño a beneficio de inventario.

¿Qué le vio Mohamed en el teléfono para que se asustara tanto, presidente? La mera pregunta ya es suficiente para invalidar a Sánchez para el cargo.