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Deshojando la margarita

Sánchez ya ha dado buena muestra (Ábalos mediante) de que las lealtades personales no son garantía para no ser pasados por la guillotina a los que se dicen sus amigos si se convierten en un obstáculo para su supervivencia

El machismo y el matonismo que destila Pablo Echenique cada vez que se dirige a Margarita Robles no solo demuestra la catadura moral del podemita sino que carga de razón a la ministra, la única que no se avergüenza de defender al Estado que su jefe ha declarado ruina, dentro del Consejo de Ministros. Mejórenlo si pueden: el ciudadano Echenique hablando de dignidad es como Vladimir Putin recibiendo el premio Nobel de la Paz.

En un país serio solo podría quedar uno. Es decir, Robles y Echenique son incompatibles. Si la primera sigue en el Ejecutivo, sobra el partido que socava sus instituciones y se encama con sus enemigos. Si los de Echenique continúan viviendo del sistema que quieren destruir, entonces es la titular de Defensa la que no puede permanecer ni un minuto más con este atajo de traidores. Una contradicción insalvable sobre la que cabalga la ministra y que algunos le agradecemos.

Y es que, en el universo de Sánchez, una cosa y su contraria tienen cabida. Patriotas y antipatriotas pueden campar a sus anchas por Moncloa siempre que ambos sean las fallebas para que Pedro Sánchez no abandone el poder. Por eso, en la Comisión de Secretos Oficiales tomaron ayer asiento amigos de ETA y cómplices de delincuentes sediciosos junto a abogados del Estado, como Edmundo Bal, y portavoces de partidos de Gobierno, como Cuca Gamarra. Es la metáfora del sanchismo: totum revolutum, policías y ladrones sentados en la misma mesa, a mayor gloria del líder. Paz Esteban, la jefa de los servicios secretos españoles, dando explicaciones a Mertxe Aizpurúa, una activista que ayudaba a ETA a identificar objetivos, sobre los resortes de la seguridad del Estado y sobre el espionaje legal, sí legal, a los golpistas. No hay mayor degradación moral.

A Robles la sostiene en el Gobierno la cumbre de la OTAN de junio en España. Porque Sánchez ya ha dado buena muestra (Ábalos mediante) de que las lealtades personales no son garantía para no ser pasados por la guillotina a los que se dicen sus amigos si se convierten en un obstáculo para su supervivencia. La Alianza Atlántica ya se ha arrepentido, a estas alturas, de haber encomendado la organización de su próxima cita a un país que desnuda sus secretos oficiales y se ufana del espionaje a su presidente. Pero ya es tarde para echar marcha atrás. Y hasta alguien como el jefe del Gobierno, capaz de cualquier cosa, se lo piensa antes de entregar la cabeza de su ministra a Echenique, ese juglar de las excrecencias de la extrema izquierda. Otra cosa es lo que pase después del cónclave atlántico. Mientras tanto, seguiremos deshojando la margarita.