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Se espía a los malos

Los «guardiolos» pueden derribar al Gobierno y, aunque nadie cree semejante desenlace, son tan burros que lo pueden conseguir

El CNI ha acreditado el espionaje al taponcete de la raza superior y a diecisiete independentistas. Hasta ahora, lógico y necesario. Los Estados están obligados a espiar a sus traidores para conocer de antemano sus planes y movimientos. El problema es que el que ordenó el seguimiento de los «guardiolos» y su ministra de Defensa también han sido objeto de espionajes. La directora del CNI ha mostrado a la Comisión de Secretos Oficiales las correspondientes autorizaciones judiciales. Se ha procedido a espiar legal y legítimamente a un grupo de bocachanclas perfectamente espiables. Sucede que son socios del Gobierno que les ha espiado y que, ya de espiar, también han espiado al Gobierno. El caso, más que grave y alarmante, se presenta desnudo ante la opinión pública con rotunda ridiculez.

El taponcete y sus «guardiolos» exigen conocer la identidad de los agentes del CNI que han osado espiar a los impulsores, golpistas y finalmente apesebrados –con los indultos y los dineros–, declarantes de la «republiqueta de los siete segundos». No coinciden los historiadores en la duración de la republiqueta. El fugado asegura que fueron nueve los segundos, y que la siempre mentirosa y fascista versión españolista ha hurtado a Cataluña, con la cantinela de los siete segundos, dos segundos de llibertat a las cuatro provincias catalanas. Si ello les duele, rectifico encantado, y asumo que la republiqueta se mantuvo vigente durante nueve segundos. Pilar Rahola dice que fueron diez los segundos, pero creo que la interesante muchacha exagera. Ella es muy de exagerar, y los diez segundos se me antojan excesivos.

Lo que no se hace, y ahora me dirijo a Sánchez, es desobedecer al Tribunal Supremo, contrario a los indultos de los golpistas, indultar a los golpistas, favorecer el flujo económico de los golpistas y, posteriormente, espiarlos. Se me antoja cruel. El CNI es muy escrupuloso al respecto, y se comentan divertidos hallazgos. Que alguno de los «guardiolos» espiados no ha sido sorprendido con las manos en la masa, y sí con las manos en otros lugares más adecuados para otras cosas, entre ellas, las pasiones primaverales. Cataluña siempre fue muy avanzada en esas lides, y después de una breve y agradable temporada en diferentes prisiones, los «guardiolos» lo que necesitaban para el desahogo iba mucho más allá que el gesto de flamear las «estrelladas» o bailar la sardana con sus mujeres.

Y los espiados, y en ese punto tienen toda la razón, se han mostrado indignados por un detalle que no debe pasar desapercibido. Los espías del CNI no se pusieron gabardinas durante su trabajo. Un espía que se precie siempre actúa con la gabardina puesta, el cuello de la misma alzado, gafas de sol, y la mano izquierda en el bolsillo de la elegante prenda acariciando la culata del revólver. Nuestros espías –yo así los considero–, no llevaban ni gabardina ni revólver ni gafas de gol, y eso demuestra la mala fe del CNI. Cuando los primos Alcocer y Cortina planearon la toma del Banco Central, lo hicieron a las claras, y lo primero que compraron, siempre asesorados por Rafael Ansón, fueron las gabardinas. Intentaron dar el golpe limpiamente, a las claras, sin camuflajes. Cuando Mona Jiménez organizaba sus «Lentejas de Mona» invitando a su cuchitril a toda suerte de políticos, economistas y periodistas a tertulias y conferencias, tuvo la gran idea de incluir en la lista de invitados al embajador de Rusia, Serguei Bogomolov. Y Bogomolov, que era un espía de la KGB perfectamente educado y cordial, aunque la convocatoria fuera en junio con el cielo limpio y el sol radiante, se presentaba en casa de Mona Jiménez con una gabardina adquirida en los almacenes Gum de la Plaza Roja de Moscú. Eso es un espía legal, sincero y bien intencionado.

En fin, que los «guardiolos» pueden derribar al Gobierno, y aunque nadie cree semejante desenlace, son tan burros que lo pueden conseguir. Y con otro Gobierno, se van a enterar de lo que es un espionaje de verdad.