Sánchez, como para comprarle un coche usado…
Sin prisa pero sin pausa ha acabado traicionando a todo el mundo
Dejó ver lo que llevaba dentro en octubre de 2016. Fue en el Comité Federal del PSOE que lo desalojó de la secretaría general. En aquella jornada turbulenta en Ferraz, al constatar que estaba a punto de caer intentó un pucherazo a la desesperada, organizando una votación tramposa tras un biombo y sin garantía alguna. La treta no le salió bien. Fue denunciada por sus oponentes entre gritos, insultos y hasta algún sollozo. Aquel día acabaron echándolo. Es cierto que al año siguiente, en lo que fue una auténtica gesta política, logró ganar las primarias y recuperar la secretaría. Pero los acontecimientos de 2016 delataron una entraña moral preocupante. Y ha vuelto a aflorar, porque en lo esencial las personas no cambiamos.
Las últimas víctimas del personaje son los servicios de inteligencia y su jefa, una alta funcionaria de recto desempeño que lleva cuarenta años en «La Casa». Los espías han sido desacreditados para intentar congraciarse con los separatistas y ella será laminada en breve, según ha confirmado este domingo el periódico de cámara del sanchismo. Pero la colección de víctimas es mucho más amplia. Basta un repaso fugaz para constatar que no ha dejado títere con cabeza:
En primer lugar traicionó a los votantes, prometiéndoles en la campaña de noviembre de 2019 que traería a Puigdemont por una oreja, que endurecería la legislación contra los separatistas y que jamás pactaría con Podemos, para luego hacer todo lo contrario.
Ha traicionado la propia Constitución, pues ha sido condenado por dos veces por el TC por su aplicación abusiva del estado de alarma. En cualquier democracia normal un presidente vapuleado así por el Tribunal Constitucional se va a casa al minuto.
Ha traicionado al círculo de íntimos que lo aupó al poder y que le ayudó a tejer la nebulosa alianza con los separatistas para echar al viejo Mariano y okupar la Moncloa. Decapitó sin pestañear y de un día a otro a Iván Redondo, Carmen Calvo y Ábalos. Y lo hará con todo aquel que considere que ya no le es útil, porque aquí el único baremo es el bien del propio ombligo.
Traicionó a los jueces, intentando maniatarlos con una gamberrada antidemocrática que fue frenada por la UE. Traicionó al Parlamento, pues gobierna por decreto, comparece solo a rastras y de las cosas importantes informa al país a través del periódico del mismo nombre.
Traicionó a las víctimas del terrorismo, cerrando un acuerdo con Bildu a cambio de su apoyo, por el que se compromete a ir sacando a todos los etarras a la calle (y no lo digo yo, lo ha contado claramente Otegui). Traicionó los acuerdos de la Conferencia de Presidentes del pasado marzo, cuando dijo que aceptaba la propuesta de Feijóo de bajar impuestos, para ahora negarlo de plano. Ha traicionado a la Corona, promoviendo una durísima campaña contra el Rey Juan Carlos, que ha amenazado el prestigio de la institución, reduciendo la importancia de la agenda de Felipe VI, permitiendo que las Juventudes del PSOE reclamen abiertamente la República y aceptando impertérrito que ministros de España, que constitucionalmente es una monarquía parlamentaria, adornen su cuenta de Twitter con la bandera republicana, como hace Garzón.
Ha traicionado incluso a sus socios separatistas, a los que prometió una gran mesa de diálogo que en realidad jamás ha acabado de arrancar (pues si concediese lo que le reclama el Gobierno independentista catalán, como presidente de España incurriría en un delito, ya que esas demandas no caben en nuestra legalidad).
En resumen: como para comprarle un coche usado… No es de extrañar que en las reuniones de Washington con sus aliados sobre la guerra de Ucrania no quieran verlo ni por Teams.
Es lo que hay. Es su naturaleza. Y no va a cambiar.