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Margarita nos tenía engañados

Las tragaderas de la ministra son una decepción: iba de cuota seria de un Gobierno de broma, pero no pasa de chacha hiperventilada del señorito

Los más cercanos a Margarita Robles intentan explicar ahora, en las penumbras del off the record, que su sonrojante actitud genuflexa con Sánchez, a quien ha servido de coartada para decapitar el CNI, tiene una explicación que no puede contar en público, pero debe saberse para no dudar de ella.

Gracias a su incomprendido sacrificio, que ha tenido en la pobre Paz Esteban una cabeza de turco con su complicidad, la Inteligencia española sigue estando en sus manos, y no en las zarpas de Félix Buñuelos, el ministro sin relleno que solo expira con halitosis según le dicta Sánchez.

Según esa teoría, Robles ha preferido inmolar a su subordinada que inmolarse con ella para evitarle a España que su seguridad nacional se convierta en otra herramienta perversa al servicio de Sánchez, en la línea del CIS, RTVE, la Fiscalía General o hasta Correos, donde por cierto llegaron aquellas navajitas plateadas y balas de fogueo de la campaña en Madrid hace un año.

Margarita, cuyo nombre griego original significa «perla», sería según esta teoría una incomprendida servidora del Estado que, en la protección de un bien mayor, ha preferido salvarnos a todos que salvar a su propia imagen, lastimada en pocas horas de manera irreversible.

Y eso es lo que hemos creído de ella hasta hace un día, impulsados por la esperanza de que, en esa casa de locos que es el PSOE, hubiera un vestigio de sensatez que ahora hemos constatado inexistente.

Menos lobos, pues.

Lo cierto es que el repugnante crimen político de Esteban, perpetrado a plena luz del día, lleva la firma de una ministra que intenta parecer sensata cuando la entrevistan El Debate, la Cope o Antena 3 para, a continuación, ser la impulsora siniestra o el maquillaje barato del sanchismo desde que éste aterrizara en España con la devastación de una plaga bíblica.

Porque Robles fue la arquitecta de la moción de censura; la que reclutó a remotos diputados socialistas para presentarla en el registro, con nocturnidad, alevosía y una cierta ingenuidad adolescente de Mariano Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría: a sabiendas de que Sánchez solo podría ser presidente con el respaldo nefando de Junqueras, Otegi e Iglesias; la actual ministra de Defensa fue la negligente autora intelectual de un crimen que aún pagamos a unos precios insoportables.

Y también es evidente la conexión existente entre su carrera como jurista y la utilización de un juez, el tal Prada, para introducir en una sentencia menor de la Gürtel una acusación barata contra Rajoy, que no estaba ni imputado, para justificar el asalto bucanero de Sánchez a una Presidencia negada dos veces por los españoles en seis meses.

Tampoco se le recuerda a Robles una mala palabra contra el abordaje sanchista del Poder Judicial, ni contra la explotación espuria de la ley para, en lugar de imponerle justicia a los etarras, regalarles impunidad.

Robles era un espejismo de quienes, por encima de preferencias ideológicas, tenemos sentido de Estado y entendemos que, gobierne quien gobierne, hay en cada equipo personas capaces de anteponer el interés general al beneficio partidista.

Ahora ya sabemos que estábamos equivocados con Margarita y que nos tenía engañados: alguien que se siente orgulloso de pertenecer al equipo de Sánchez no puede ser nunca el freno de sus delirios. Y si los de Sánchez son inmensos, las tragaderas de Robles no le van a la zaga: iba de cuota seria de un Gobierno de broma, pero no pasa de chacha hiperventilada del señorito.