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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Árboles y hortensias

Los árboles de hoja caduca mueren en el otoño, se detienen, pierden sus hojas y en primavera, resucitan. A su lado, los seres humanos somos poca cosa

Actualizada 02:05

Era director de ABC Luis Calvo. Un gran director. Impulsivo y genial. Un pequeño león con la melena blanca. Y leyó el artículo que había enviado para su publicación al día siguiente César González Ruano, escritor portentoso, en ocasiones cursi, irónico, cínico y hoy, condenado al silencio de su obra. Se titulaba el texto Han Florecido los Almendros, y trataba de eso, precisamente, de que los almendros habían florecido. Calvo llamó a Ruano. «César, con todo el cariño y respeto que por ti siento, te formulo una pregunta que puede disgustarte: ¿qué coños le importa a los lectores de ABC que hayan florecido los almendros?». Ruano respondió de inmediato: «Les importa, Luis, y además, mucho. Y si hay alguno que no le importa que hayan florecido los almendros, no merece ser lector de ABC. ¿Te figuras, director, lo que puede suceder si un año no florecen los almendros, no se realiza el renuevo de los árboles?... Sería el primer aviso del fin del mundo». El artículo se publicó y constituyó uno de los más clamorosos éxitos del escritor que presumía de ser hijo natural de Alfonso XIII, que no lo era, pero le habría hecho mucha ilusión.

Ya he escrito que Antonio Mingote y yo comíamos todos los lunes del año, exceptuando los de la segunda quincena de julio y los del mes de agosto, en el Club 31 de la calle de Alcalá. Siempre en la misma mesa. La cita era tempranera. A las 13.30, hora de la apertura. Un día asistimos a una genialidad de Luis Escobar. También tempraneros, llegaron un señor mayor de muy buen aspecto y un chico joven, de mejor aspecto que el mayor y muy elegantemente vestido. Se abrió la puerta y apareció Luis Escobar. Al distinguirnos, nos saludó y anunció que tomaría una copa con nosotros en espera de su invitado. Y al pasar por la mesa que ocupaban el hombre mayor y el joven, el primero se incorporó y saludó con cordialidad a Luis, estableciéndose el siguiente diálogo:

- Me alegra verte, Luis, ¿cómo estás?
​- Divinamente, querido.
​- ¿Me permites que te presente a mi sobrino Ramón?
​- No es necesario. Ya lo conozco. Fue mi sobrino la semana pasada.

Antonio Mingote era un enamorado de los árboles. Apasionado. Y se conocía todos los del Retiro, que paseaba cada mañana de punta a punta.

El alcalde Tierno Galván, socialista libre y nada sectario, le nombró oficialmente «alcalde honorario del Parque del Buen Retiro». Y un día llegó alborozado. «¡Han comenzado a florecer los castaños de Indias!».

Y hablamos de eso, del milagro. Los árboles de hoja caduca mueren en el otoño, se detienen, pierden sus hojas y en primavera, resucitan. A su lado, los seres humanos somos poca cosa.

Estoy, de nuevo, en mi norte. Aquí, en los jardines, la flor fundamental es la hortensia. Desde Galicia a Guipúzcoa, renacen las hortensias. En Mazcuerras, en el vivero de cinco generaciones de los Escalante nacen todas las variedades de esta flor prodigiosa, que lamentablemente proviene de Bélgica. En el vivero de los Escalante, hoy dirigido por mi amigo del alma y hermano elegido Ricardo Escalante, y su primo Flavio, se venden árboles, arbustos y flores. Pero en torno al vivero, en las fincas que lo sostienen, se pueden encontrar robles, hayas, castaños, arces y magnolios de treinta años, y camelias y hortensias de decenas de familias diferentes. En una de esas fincas, «La Jomaíza» se puede admirar en todo su esplendor el resurgimiento, la reconquista de las hortensias. El padre de Ricardo, Manuel –Lolo–, señor del Saja y de La Montaña, el más grande montañés que ha nacido y fallecido en su tierra, era además, listísimo. Lo que tenía de inteligencia sólo era superado por su bondad. El magnolio, al cabo de los años, se convierte en un árbol caro, por la lentitud de su crecimiento. Y tenía un magnolio de más de 40 años que nadie compraba por su alto precio. Ideó un truco. Al lado de la etiqueta con el precio, añadió otra que decía: «Reservado por don Emilio Botín». Y se lo compraron al día siguiente. El placer de fastidiar a don Emilio hizo el milagro, y el gran magnolio fue transportado por un enorme camión, de madrugada, a una propiedad vecina a la de don Emilio en el Puente de San Miguel. Y don Emilio, tan tranquilo, sin enterarse, porque no había reservado el magnolio.

Hoy, en mi jardín, han empezado a colorearse las hortensias. Y he viajado con el pensamiento a Antequera, donde tenía su casa y su campo José Antonio Muñoz Rojas, autor de Las Cosas del Campo, el libro más portentoso y mejor escrito en español sobre la naturaleza, el pequeño libro del asombro. Y he recordado lo que escribió el día en el que descubrió que todo volvía a nacer, y se preguntaba: ¿cómo Dios ha podido crear tanta belleza en tan poco lugar?

Y en ello estoy pensando en mi poco y maravilloso lugar.

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