Repaso del chanelismo a la izquierda amargada
Le hicieron la vida imposible solo porque era una profesional de lo suyo, ajena al imperio de la corrección política y el mensaje comprometido
España es un país donde todo se politiza en exceso. Cualquier día veremos a nuestros partidos más fogosos enzarzados en un áspero debate sobre si la cebolla en la tortilla de patata es «progresista» o se trata de un capricho de «la ultraderecha». Así que el festival de Benidorm del pasado enero, donde se elegía al representante para Eurovisión, acabó enardeciendo a nuestra izquierda, soliviantada por la victoria políticamente incorrecta de Chanel. La tenazmente insoportable Irene Montero enseguida la colocó en la diana en un mitin. Comisiones Obreras y el nacionalismo gallego la pusieron verde. Podemos amenazó incluso con elevar preguntas parlamentarias sobre su triunfo.
En Benidorm había dos opciones correctas, del gusto de eso que para entendernos podríamos denominar el progresismo plasta. Una era un trío de chicas que tocaban la pandereta y cantaban en gallego con una estética tipo Familia Addams. La otra opción aceptable era una feminista catalana con una canción con mensaje reivindicativo y una teta gigante de plástico a modo de decorado. Pero en medio, el gran problema, el elefante en la habitación que molestaba a la izquierda: una bailarina profesional, guapa y sensual, de larga experiencia y perfecto desempeño, de origen cubano, que llegó a España con tres años y resulta que está encantada con este país. Era Chanel Terrero, que cometía el error nefando de acudir a un festival de música pop ofreciendo tan solo espectáculo y diversión.
Al podemismo se le atragantó aquella chica exuberante, que meneaba cachaza con soltura a los compases del electro-pop latino mientras cantaba simplezas como «si tengo un problema, no es monetary, yo vuelvo loquitos a todos los daddies». ¡Cómo íbamos a enviar a Eurovisión a una tiparraca así en la era del Gobierno más feminista, ecologista y progresista de todo el orbe! Rufián, siempre puntual a la hora de ejemplificar la estupidez humana, lo vio venir enseguida: «¿Qué cabrea más al facherío: una canción en gallego o una teta de 25 metros de diámetro?», se preguntaba el egregio pensador separatista de padres andaluces.
A la pobre Chanel le cayó encima de todo. A ratos, el «progresismo» y el nacionalismo incluso se quitaron la careta y mostraron una veta xenófoba tachándola de choni latina. La presión fue tal que se tuvo que dar de baja en Twitter, sobrepasada por lo que ella llama «el hate» (ya saben que a la hora de manejar el castellano nuestra diva no es exactamente Nebrija, pero a Chanel no le pagan por estudiar el diccionario María Moliner). En honor a la verdad, hay que aclarar que su rival en Benidorm, la feminista Rigoberta Bandini –de apellido real Ribó González– sí tuvo la dignidad de apoyarla con rotundidad en plena polémica.
Y llegó el día de autos, la finalísima de Turín. La vilipendiada Chanel, una profesional del espectáculo que ha trabajado durante lustros en las tablas para convertirse en una intérprete de máxima eficacia, logró el mejor resultado de España en el festival en 27 años. Y es que Eurovisión, certamen últimamente adorado por toda la pluma continental, no es una reunión del Grupo de Puebla, ni un simposio feminista ni un certamen folclórico de las lenguas de la «nación de naciones». Se trata simplemente de divertir ofreciendo un buen show, no de rayarle la cabeza al respetable con la plomada doctrinaria habitual.
Su buen resultado retrata a una izquierda española de rictus siempre amargado, que por supuesto se ha aprestado a felicitarla hipócritamente una vez que la apuesta ha salido bien. En resumen: el chanelismo, que es liberal y valora el esfuerzo personal, le ha dado un repaso al progresismo.