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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Chanel empoderada

Ha destrozado de un caderazo el seudofeminismo castrante que limita la libertad de la mujer y se permite salvarla de sí misma llamándola guarra primero

A mí, que me pareció una ordinariez enviar a Eurovisión una canción en spanglish con un abuso temerario de las íes finales de papi, pompi, dadi, popi, chumi o pupi; me fascinó sin embargo el éxito de Chanel y la manera de lograrlo.

No tengo reparo en comerme todas mis palabras previas, aunque no haya contradicción alguna: me apenaba, en exclusiva, la renuncia a utilizar tan buen escaparate para promocionar en el mundo nuestra alicaída lengua, extravehicular ya en media España; y no el contenido de la canción ni cualquiera del resto de detalles ornamentales, estéticos o políticos que hicieron a tantos tratar a la artista de fulana para arriba.

Ahora, ese culito empoderado ha hecho más por derribar la bisutería retórica del igualitarismo castrante que todas las reflexiones sesudas que podamos hacer quienes nos dedicamos a intentar entender y explicar la letra pequeña de la vida, con el ánimo de un entomólogo y el acierto, me temo, de cualquier ministro del Gobierno de Sánchez.

Todos mis recelos hacia la canción, ninguno de ellos fruto de las barbaridades dedicadas a la cantante por la Brigada Farenheit del neopuritanismo progre, cayeron de un simple golpe de cadera; demoledor para quienes, en el supuesto viaje de defender a la mujer, han alcanzado las peores cotas de injerencia y se arrogan el derecho a defenderlas de ellas mismas.

Esto último es lo sustantivo del mensaje del feminismo oficial, nada feminista: dice pelear contra el machismo pero lo resucita, adornado, con un paternalismo invasivo que se permite prohibir, imponer y censurar la libertad individual de cada mujer, en nombre de un bien mayor que solo cuatro elegidas representan.

La persecución a las azafatas de la Fórmula 1 fue el mayor ejemplo de la censura que, en nombre de una igualdad fundamentalista, acabó con el trabajo elegido, disfrutado y cobrado por un grupo de mujeres que ni se sentían cosificadas ni sufrían una bárbara explotación de nadie, salvo del coro de trastornadas que las dejaron en el paro por su bien.

El «nosotras decidimos», siempre y cuando decidan lo que diga Montero; es primo hermano del «hermana, yo sí te creo», salvo que la hermana en cuestión sea víctima de una manada marroquí, en cuyo caso la violación ha de esperar a sentencia judicial para merecer el apoyo de las mismas que consideran una guarra a Chanel por vestirse notablemente más tapada que cualquiera de los aplaudidos tripulantes de una cabalgata del Orgullo.

¿Una mujer vestida con un top incentiva la pornografía y las convierte a todas en objetos sexuales, pero un gay en taparrabos los libera a todos?

El ataque a Chanel, una artista fantástica aunque esta antigualla que les escribe jamás escucharía, es el espejo donde rebotan todas las contradicciones, abusos y coacciones de quienes, en nombre de la libertad de la mujer, las ponen burkas para salvarlas de sí mismas: no hay nada más cafre, retrógrado y machista que decirle a una mujer que va provocando con esas pintas: eres libre, pero para que hagas lo que yo te diga.

Y eso, exactamente eso, es lo ha tenido que padecer una cantante que usa su voz, sus nalgas y su cuerpo entero como le sale de la punta del slomo.