Confinados
Si el señor Simón ha declarado que no hay peligro, a mis queridos paisanos de Madrid se lo advierto. En treinta días, la mitad de los madrileños se subirán a los árboles
En ese punto, no hay discusión. Soy el presidente de mi familia. Un presidente respetuoso con sus ciudadanos. Durante la pandemia y sus sucesivos confinamientos no impuse ni restricciones ni movilidad ni vacunas a los miembros de mi familia. Mi mujer y yo nos vacunamos, pero no así todos nuestros hijos y nietos. Ahora, que ya se sabe que los confinamientos fueron ilegales y nada ajustados a derecho, me congratula reconocer que intenté por todos los medios cumplir la ley. Es decir, saltándome a la torera las prohibiciones. Todas las tardes abandonaba mi hogar en pos de paisajes solitarios, y jamás fui molestado ni por vecinos, ni por agentes de la Guardia Civil y la Policía Nacional, a los que el canalla del confinador llama ahora «piolines». A todo esto, debo añadir que entre los seres humanos que me honro en presidir, que suman 16 personas, sólo tres de ellas han padecido la COVID-19. Ni el presidente –yo–, ni su esposa –mi mujer–, hemos sido atacados por el virus chino, fortalecido por la Agenda 2030 y extendido por los multimillonarios de siempre, Putin incluido.
Pero mi permisividad presidencial con la COVID-19 no se va a repetir con la viruela del mono. Al principio creí que la viruela del mono era una broma, pero de broma, cero patatero. Y mi alarma ha crecido desde que don Fernando Simón ha declarado que, en su opinión, no cree en una transmisión importante. En Madrid se investigan 23 casos, que afectan mayoritariamente a jóvenes gais. En mi familia somos tan antiguos, tan retrógrados, tan fascistas y tan poco respetables, que no hay gais, ni lesbianas, ni fluidos, ni transexuales, ni transversales, ni bisexuales. Un aburrimiento de familia.
Cuando se puso de moda organizar en Madrid la Semana del Orgullo Gay –ahora es Gai–, una periodista le preguntó al genial Luis Escobar si pensaba tomar parte de alguna de sus caravanas, carrozas, manifestaciones o festejos. Y a Luis Escobar le indignó la pregunta: «Bajo ningún concepto, monina. Yo no son 'gay'. Soy un marica de los de siempre, de los de toda la vida».
La viruela del mono puede convertirse, después de ser conocida la opinión de don Fernando Simón, en una pandemia devastadora. Sea recordado su optimismo en los principios de la covid: «Habrá algún que otro contagio, pero no más». La ventaja que tiene la viruela del mono respecto a la covid, es que su contagio no se produce de cualquier manera, como en la transmisión del virus chino. Es necesario, al menos hasta que escribo estas alarmadas líneas, el contacto físico. Pero no me fío. Basta que don Fernando Simón asegure que el contacto físico es imprescindible para pasar de un cuerpo a otro la viruela del mono, para que la viruela del mono decida actuar por su cuenta y riesgo, y llenarnos a la mitad de la humanidad de granos dolorosos. Por otra parte, la ciencia podría haber suavizado el susto, denominando a la viruela del mono con más tacto. Hay un mono muy cabrón en las selvas de la Amazonia , de pequeño tamaño, llamado tití. El mono tití. Suena mucho mejor la viruela tití, que la viruela del mono, y eso que he sufrido en mis orejas la sádica maldad de un mono tití. En la mili, aquí este servidor de ustedes, era el cabo 1º que en las Juras de Bandera portaba el guion del campamento, el CIR 16. Y le regalaron al comandante Mancebo un mono tití. Y me ordenó que desfilara con el mono atado a una pequeña cadenita sobre mi hombro derecho. Se portaba bien al principio de los desfiles, pero al alcanzar la altura de la tribuna de autoridades, el cabrón del mono me mordía en la oreja derecha. Soportaba sus mordiscos sin pestañear, marcialmente, pero después, ya en la compañía, me tomaba la justicia por mi mano. Y para colmo se llamaba Puskas, como mi admirado y genial futbolista del Real Madrid.
En vista del optimismo de don Fernando Simón con la viruela del mono, he ordenado a mi familia un total y pleno confinamiento. Lo sufriremos en mi casa norteña, que es la única, porque no tengo casa sureña. Y así, juntos y felices, pasaremos sesenta días reunidos, libres de la viruela del mono. Si el señor Simón ha declarado que no hay peligro, a mis queridos paisanos de Madrid se lo advierto. En treinta días, la mitad de los madrileños se subirán a los árboles.