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Perro come perroAntonio R. Naranjo

La mafia

Mirar para otro lado con el asesino de Miguel Ángel Blanco y disparar al señor que frenó el 23F es la metáfora final de un engendro llamado sanchismo que se comporta como la mafia

En España se organizan ongi etorris a salvajes de ETA, para que vuelvan a sus pueblos con la camisa llena de sangre entre aplausos de otros bestias como ellos pero con menos prestaciones testiculares para el crimen.

También se indulta a golpistas, con los pantalones de Sánchez en los subsuelos, mientras los indultados se comprometen a hacerlo de nuevo y el Gobierno reconoce, sin rubor alguno, que ni merecían la medida de gracia ni presentan síntomas de arrepentimiento.

Incluso, en esta misma España, se permite la entrada ilegal de personajes tan siniestros como Delcy Rodríguez, la niña de las maletas, conocida por ser una de las peores esbirras de Nicolás Maduro; o de Brahim Ghali, el líder del Frente Polisario, sospechoso de martirizar a su propio pueblo y de encabezar un negocio más próximo al terrorismo que a la resistencia.

Pues bien, esa España que devora todo eso y más sin escandalizarse, más allá de las barras de los bares, se escandaliza sin embargo por unos audios de Villarejo de 2013 o por el retorno del Rey Juan Carlos, de 84 años, a pasar un par de días apartado de todo en la maravillosa ría de Pontevedra. O tal vez no.

La pregunta oportuna es si la falta de escándalo por lo verdaderamente escandaloso obedece de verdad a que nadie se escandaliza y si, en la misma línea argumental, el escándalo por lo nada escandaloso atiende a una amplificación de un escándalo inexistente.

Es decir, si hay una relación real entre la opinión publicada y la opinión pública o, por el contrario, la primera abruma pero solo se representa a sí misma (esto es, al Gobierno) y la segunda, sin embargo, es mayoritaria pero no encuentra canales de expresión.

El sentido común, el olfato y las prospecciones que cualquiera puede hacer en su entorno resuelven el dilema: nadie compra la intentona de volver a derribar al PP con las mismas campañas que han marcado ya una decena de elecciones.

Y tampoco nadie, o casi nadie, suscribe la persecución a un octogenario desterrado sin cargos formales, sin imputaciones, y con una merma de reputación evidente que pagó, sin embargo, como nadie en España: una abdicación, nada menos.

El presidente más indeseable y tramposo que ha tenido y tendrá nunca España se permite dar lecciones de ejemplaridad al Rey exiliado y al fantástico Rey en ejercicio

Sí compramos todos, o casi todos, aunque no se nos escuche, el bochorno, la indignación y casi la ira por ver mejor tratados a los etarras que a sus víctimas. Por tragarnos la generosidad con Junqueras y Otegi que se le niega al Rey de la Transición.

Y por escuchar, sobrecogidos, cómo el presidente más indeseable, artero, mentiroso, opaco y tramposo que ha tenido y tendrá nunca España se permite dar lecciones de ejemplaridad al Rey exiliado y al fantástico Rey en ejercicio.

España tiene muchos problemas, sin duda. Pero uno de los peores, y más evidentes, es la recreación de un universo artificial paralelo en el que el poder actúa contra las emociones, sentimientos y creencias de la ciudadanía: lejos de escucharla para entender qué quiere y qué piensa, intenta avergonzarla a fuer de decirle qué tiene que repudiar y qué tiene que aceptar para ser tolerada.

Humillar a un abuelo que tal vez solo quiera morir en su país, con un zurrón lleno de servicios inmensamente superiores a sus lamentables pecados, no es una anécdota ni una excepción: es el clímax de un sistema, sostenido por Sánchez y sus incontables alfombras mediáticas, que impone sus mentiras para satisfacer sus intereses.

Y que carece de humanidad: mirar para otro lado con el asesino de Miguel Ángel Blanco y disparar al señor que frenó el 23F es la metáfora final de un engendro llamado sanchismo que se comporta como la mafia.