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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Juan Carlos I siempre se equivocará

Hiciese lo que hiciese, aunque se convirtiese en cartujo penitente o lo encerrasen en una celda en Guantánamo, la izquierda española seguiría despellejándolo

En Inglaterra no es ningún secreto que Isabel II siente predilección por su tercer hijo, Andrés, de 62 años, que ha resultado el más problemático de sus vástagos. Durante un tiempo lo prestigió el haber servido como piloto en la guerra de las Malvinas. Pero a partir de ahí ha sido un tenaz coleccionista de meteduras de zueca, desde desbarres verbales recurrentes hasta los gastos irregulares en la etapa en que ejerció como una suerte de embajador comercial del Reino Unido. La prensa lo apodó entonces «Airmiles Andy», porque se pasaba la vida en viajes injustificados y a todo trapo. Pero el error garrafal del Duque de York radicó en su turbia amistad con Jeffrey Epstein, que ha estado a punto de llevarlo a la cárcel por acostarse en su día con una menor del círculo del proxeneta neoyorquino. La mujer se llama Victoria Giuffre, hoy de 38 años, y lo denunció en Estados Unidos, donde Andrés vivió un calvario judicial que tenía toda la pinta de acabar muy mal para él.

Pero el pasado febrero todo se arregló súbitamente. Andrés compró a Giuffre a golpe de talonario y ella retiró la denuncia. El Telegraph, el gran periódico monárquico inglés, cifró el apaño en 12 millones de libras e informó de que buena parte del dinero había sido aportado por Isabel II para salvar a su querido hijo. A finales de marzo, la Reina incluso se permitió el detalle de acudir al funeral por su marido en la Abadía de Westminster sosteniéndose del brazo de Andrés, un personaje detestado por el público británico, con una valoración abisal en las encuestas.

¿Se imaginan que en España el Rey Juan Carlos pagase una millonada en un enjuague extrajudicial para evitar la condena de un hijo acusado de abusar de una menor? Se caerían las columnas del templo entre bramidos de la izquierda. Echenique se haría el harakiri. Como poco, a modo de castigo tendría que exiliarse a un iglú del Polo Norte. Pues bien, en Inglaterra lo sucedido pasó sin revuelos extraordinarios. Desde luego las juventudes del Partido Laborista no emprendieron una campaña a favor de la República, como hacen aquí las Juventudes del PSOE, ni se vio a tertulianos de izquierdas llamando «bribona» a la Reina en la BBC, como hizo aquí un tertuliano «progresista» en TVE esta misma semana.

Haga lo que haga, es misión imposible que Juan Carlos I se gane el perdón, o al menos la indiferencia, de la izquierda, la ultraizquierda y el separatismo (Rufián, honrado su apellido una vez más e incurriendo en la cobardía de hacer leña del árbol caído, ha llegado a compararlo con el narco Pablo Escobar). La razón de esa inquina es simplemente que detestan la monarquía, sentimiento al que en su fuero interno también comparte el sanchismo. Les repugna por doble motivo: porque es garante del orden constitucional y sus derechos y libertades y por un extraño rencor de clase.

Si el Rey hubiese venido de tapadillo se le acusaría de cobardía. Si hubiese pedido perdón poniéndose de rodillas nada más aterrizar en Peinador, el periódico socialista y del Ibex le reprocharía sus «insuficientes disculpas» (en su edición de hoy el diario sanchista asegura en portada que «la casa real» ve a Juan CarlosI «fuera de control» , aunque la fuente del entrecomillado resulta ser la Moncloa, con lo cual la noticia pierde toda credibilidad). Si en vez de irse a un pueblo de costa a regatear con sus amigos deportistas se hubiese retirado al monasterio de Yuste a modo de penitencia lo acusarían de rancio clericalismo. Si se hubiese quedado en Dubái para siempre se señalaría que no se atreve a volver a España por el enorme peso de su culpa. Es imposible acertar con una izquierda antimonárquica, amarga y resentida, que seguiría poniéndolo a parir aunque estuviese encerrado a perpetuidad en una celda de Guantánamo.

La situación de Juan Carlos I es sencilla. Durante su muy exitoso reinado, España gozó de un gran progreso y él jugó un papel relevante a la hora de traer la democracia y prestigiar exteriormente al país. A día de hoy no está acusado de nada en tribunales y todos los intentos previos han sido archivados. Fiscalmente cometió irregularidades que ya ha subsanado con Hacienda, un arreglo similar al que han alcanzado miles de españoles antes que él sin verse en la picota pública. Por último, es cierto que su comportamiento moral ha sido inapropiado, y más dada la alta magistratura que ocupaba, por lo que él mismo ha pedido perdón y además lo ha pagado caro. Solemos pasar por alto que Juan Carlos I ha sido duramente sancionado, no se ha ido de rositas. Ha permanecido dos años condenado a una extravagante pena de destierro, que se le aplicó sin tribunal ni sentencia, solo porque Sánchez decidió empujarlo fuera de España en una maniobra de distracción de su pésima gestión de la pandemia. Se le ha retirado la asignación pública y toda la labor de representación (cuando todavía podía haber prestado sus servicios). Su propio hijo lo ha sancionado con gestos como renunciar a la herencia paterna. Ni siquiera se le ha permitido dormir una sola noche este fin de semana en la Zarzuela, ensañamiento innecesario y que refleja, una vez más, la pésima encarnadura humana del eventual presidente del Gobierno.

Juan Carlos I ha dejado el legado de una buena obra, tiznada por fallos morales. Hoy es un anciano de 84 años a la espera ya del juicio de la historia. Así que se agradecería que lo dejasen en paz, en especial los Savonarolas de la izquierda histérica, que no han hecho por España ni el 0,002 % de lo que ha aportado el vapuleado monarca. Supone todo un sarcasmo que muchos de los que se rasgan las vestiduras ante el Rey y nos dan grandes lecciones morales tienen como meta declarada destruir España.

Como tantas veces, en esta historia sobran envidia y cotilleos de portería y faltan un poco de generosidad y capacidad de perdón.