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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Sangenjo

El Rey Juan Carlos está en Sangenjo, el lunes será recibido por su hijo el Rey, y la Reina Sofía en la Zarzuela, y luego, será devuelto a su exilio voluntario

Sangenjo –Sanchencho y también Sanxenxo, cuando no Sansenso, Santxentxo o Santzentzo, qué aburrimiento–, ha recibido al Rey Juan Carlos con entusiasmo y cariño, mientras desde la lejanía la delincuencia mamarracha del PSOE y sus socios, le insultaba. España es el único Estado de Derecho –presumible o presunto–, en el que un español puede decidir si otro español, libre de culpas, puede o no puede vivir en su país, y limitar su estancia por horas y lugares. El Rey Juan Carlos está en Sangenjo, el lunes será recibido por su hijo el Rey, y la Reina Sofía en la Zarzuela, y con posterioridad a la reunión, será devuelto a su exilio voluntario – nadie está capacitado para impedirle que se quede en España– sin que ninguno de los suyos impida el atropello. Don Juan Carlos experimentó en su infancia el exilio obligado de sus padres, y ahora, por no perjudicar a la Corona y a su hijo, ha aceptado como un servicio más a España un nuevo y triste período de destierro. –No es recomendable –decía Don Juan–, pero el exilio es una escuela de servicio y humildad que mis nietos, a Dios gracias, no conocen.

Don Juan Carlos I ha sido calumniado por un exvicepresidente del Gobierno, la terrible Carmen Calvo, la egabrense que confunde el Mediterráneo con el Atlántico, y por un ministro del actual Gobierno, el sostenido por el terrorismo de la ETA, el separatismo de ERC y el vertedero de Izquierda Unida y Podemos. El ministro de Consumo, eso que responde al nombre y apellido de Alberto Garzón, ha acusado al viejo Rey «de haberse servido de las instituciones del Estado para ser un delincuente acreditado». Nos recuerda Santiago González en su columna del diario El Mundo, un tramo del artículo 205 del Código Penal: «La imputación de un delito hecha con conocimiento de su falsedad o temerario desprecio hacia la verdad es calumnia». Pero el presidente del Gobierno, el que maneja a su antojo los ataques contra la Monarquía y la Constitución de 1978 , no ha reaccionado a la villanía de la palabras de su ministro más tonto, que ya es mérito. Más tonto y más cercano a la comisión de un grave delito.

«Los españoles tienen derecho a elegir libremente su residencia y a entrar y salir libremente de España». Creo que habría de añadirse un estrambote a este reconocimiento constitucional de nuestra libertad. «Tienen derecho a entrar y salir libremente de España, exceptuando al Rey que nos concedió el derecho a entrar y salir libremente de España. Este Rey sólo podrá visitar 48 horas cada dos años la localidad de Sangenjo, y acudir a Madrid a visitar en privado a su hijo el Rey, siempre que el presidente del Gobierno lo autorice, después de consultar con Podemos, Izquierda Unida, la ETA y el separatismo catalán». Así, al menos, sabríamos con quienes nos la estamos jugando, que lo sabemos.

Esa humillación, esa lejanía impuesta, ese exilio voluntario, se ha convertido en el último gran servicio a España de nuestro viejo Rey. Se dice, para justificarlo, que el Rey Felipe está maniatado por sus limitaciones constitucionales, y su reconocida prudencia. Y estoy de acuerdo. Pero también estamos maniatados y amordazados millones de españoles que nos sentimos indefensos y desamparados cuando intentamos comprender los silencios y las frialdades de la Zarzuela. Porque una cosa es la prudencia, y otra muy diferente, el hielo.

Mientras tanto, nada nos queda pendiente que no sea desear que el mejor Rey de la Historia de España, disfrute de las migajas de sus dos días de permiso en suelo de España, y que tengamos vida dentro de dos años, para recibirlo de nuevo en Sangenjo, que va a terminar recordándonos a Estoril. Sin Franco en el poder. Con su hijo en la Zarzuela.