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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Aplausos que duelen, Pedro

Aquel Rey y Ayuso son el alimento con que sacian su odio los tertulianos que pastan en sabrosos pesebres sanchistas

Actualizada 07:03

Respetando la distancia, Don Juan Carlos e Isabel Díaz Ayuso tienen algo en común: los dos representan la rebeldía de una ciudadanía hasta la peineta de hacer lo que le mandan, de comer lo que le imponen, de que pisoteen sus valores, denigren sus instituciones, y harta del pensamiento único de unos pocos frente a las mayorías silentes que trabajan, pagan impuestos, educan a sus hijos y no tienen tiempo de meterse en las redes a dictaminar lo bueno y lo malo, según la religión progre. Ambos reciben el calor y el afecto de la calle, a pesar de que las terminales mediáticas de la Moncloa están en constante campaña para revertir ese obsequioso trato público y transformarlo en insultos, silbidos y protestas. Qué no darían socialistas y podemitas por que las cañas se volvieran lanzas contra Monarca y presidenta, como les ocurre a Sánchez y a Marlaska, sin que medie campaña alguna. Ellos solitos se ganan a pulso los abucheos.

Aquel Rey y Ayuso son el alimento con que sacian su odio los tertulianos que pastan en sabrosos pesebres sanchistas. Aunque la inflación nos ahogue, la deuda pública llegue al 140 % y las instituciones estén en proceso de ruina total, el padre del Rey y la presidenta son parada obligada en cualquier debate que se precie. La sevicia de la izquierda los ha convertido en oscuro objeto de desecho y defenderlos es un acto de rebeldía, casi revolucionario, frente a la fe sanchista, celosa de la pasión que despiertan en la calle. Sí, en la calle.

Contra Don Juan Carlos se emplea todo tipo de munición: su vida privada, las filtraciones de la fiscalía y, últimamente, algo asombroso: sus lapidadores invocan la figura de su padre, Don Juan, como ejemplo de sacrificio por la Corona. Es enternecedor cómo republicanos de pelo en pecho se acogen a la ¡sucesión dinástica! para arremeter contra el exjefe del Estado. Por no hablar del último ejercicio de cinismo propagandista, que consiste en afear la conducta conyugal de Don Juan Carlos con Doña Sofía, por parte de los mismos que llevan lustros llamando integrista y cosas más feas a la madre del Rey.

Rubor también provoca ver cómo la progresía se revuelve contra el tirón popular de Ayuso. Los que conocemos algo la política de Madrid ya sabíamos que quien consiguiera poner en valor el orgullo de pertenecer sin complejos a esta Comunidad y ensalzara su apertura y liberalidad, sin soflamas identitarias, seduciría al electorado, harto de las invectivas de los nacionalistas. La presidenta lo ha hecho y tiene en armas a los periodistas oficiales contra ella, elevando a los altares a Almeida, para luego empujarle al vacío; invocando la figura de Pablo Casado, al que usan ahora como su principal víctima, después de satanizarle desde que llegó a Génova; y dibujando a Feijóo cómo un títere de sus manejos, cuando parte del periodismo vendido al poder no ha tenido clemencia nunca contra el presidente gallego y lo volverá a demostrar cuando se enfrente a Sánchez en las urnas.

Hoy Don Juan Carlos se verá con su hijo, por el que dicen velar los mismos que no dudarán en aniquilarlo (o guillotinarlo, en palabras de Iglesias) cuando su padre ya no exista, porque es la institución la que les molesta. Hoy también, Ayuso, flamante presidenta del PP de Madrid, acudirá a El Debate, a seguir combatiendo al sanchismo. Contra lo que quiere la izquierda y sabedores de lo que se celebra en la calle, ni Don Juan Carlos ni la líder madrileña, –recordando a Lorca– nunca se vestirán de noviembre para no infundir sospechas.

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