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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Pedro y el Falcon

El Falcon no es solo un avión; es la forma de vida onerosa típica de un cacique con ínfulas que se niega a dar cuentas de nada a los ciudadanos que le pagan

Pedro Sánchez no se ha bajado del Falcon desde que se subió por primera vez y posó con gafas en un intento de parecer Kennedy, que terminó asemejándole a Eugenio, pero sin su gracia: nadie percibió en la imagen al líder mundial que quiso aparentar y todo el mundo percibió el estreno de la propaganda abusiva que ha caracterizado el mandato del personaje.

No obstante, con el uso de recursos públicos, los salarios de los políticos y las prebendas del cargo se ha hecho mucha literatura, y no poca demagogia, especialmente desde la propia clase política.

Pese a que la realidad es que el sueldo del presidente del Gobierno, como los publicitados ahorros del Rey, es indignamente bajo: que Sánchez salga muy caro no significa que cobre mucho, y los 85.000 euros de retribución bruta anual no están a la altura del cargo.

Tampoco los 2,5 millones de ahorro de Felipe VI, ni los 8,5 millones de presupuesto total de la Casa Real, la mitad de lo que solo en subvenciones reciben los sindicatos y una cifra inferior a la que gasta CCOO en personal.

La Monarquía no tiene que ser frugal hasta el punto de que cueste menos que la concejalía de Abastos de Alcorcón. Y la Presidencia no puede estar peor retribuida que la dirección de la Casa Árabe de turno ni la de cualquiera de los infumables chiringuitos mantenidos en nombre del Estado de Bienestar al que esquilman.

La exigencia debiera venir por otras latitudes en las que el mismo Sánchez con salario de becario actúa, sin embargo, como un Calígula sin escrúpulos: El Debate ha venido contando, con precisión documental quirúrgica, cómo el presidente del Gobierno ha ido incumpliendo una tras otras las resoluciones del Consejo de Transparencia, o los fallos de la Audiencia Nacional, que le obligan a dar detalles de sus incesantes excursiones en el Falcon.

Quién, cómo, para qué y con qué resultados se ha servido el presidente del costoso avión oficial: unas veces tendrá todo el sentido; otras ninguno; pero en todos ellos le asiste a la ciudadanía el derecho a tener esas respuestas.

Y Sánchez, el del sueldo bajo, ha peleado como gato panza arriba contra ese derecho a saber reconocido legalmente e impuesto a Moncloa por las instancias legales oportunas: primero lo declaró Secreto Oficial, amparado en una ley de Franco. Después se inventó, para justificar las excursiones personales y políticas, que él era presidente las 24 horas del día y, por tanto, utilizaba los medios públicos para lo que le daba la gana.

Y ahora se ha negado a explicar apelando a que contarlo pondría en peligro su vida, si trasladó a alguien más en el Falcon a las tentadoras Islas Canarias aprovechando que él quería ir a La Palma, donde un volcán perpetró el único desastre no achacable al presidente. De ahí su constancia en viajar allí: nadie podría silbarle ni culparle de nada.

De poco vale imponer retribuciones ridículas a trabajos delicados y, por tanto, merecedores de un sueldo a la altura, si a continuación se tolera el exceso en todo lo demás: usar el Falcon como un taxi privado; colocar a tus amigos en Correos o Paradores; promocionar a tu propia esposa; irte con los colegas de vacaciones a un palacio y extender un manto de ocultismo sobre todo ello es mucho más grave que cobrar 250.000 euros anuales.

Sánchez sale barato en lo que no importaría nada que tuviera un coste tres veces mayor. Pero es una puñalada al erario, a la transparencia e incluso a la decencia en todo lo demás: el Falcon no es solo un avión; es la forma de vida onerosa típica de un cacique con ínfulas.