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Desde la almenaAna Samboal

Rehén de las minorías

Si algún ingenuo afiliado del PSOE piensa aún que los dirigentes de su partido echaron en su día a Pedro Sánchez sólo por un pulso de poder y no ha cambiado aún de opinión, tendrá razones sobradas para hacerlo a medida que la legislatura se agota

Hoy, Pedro Sánchez comparece en la tribuna del Congreso para explicar a sus socios parlamentarios por qué eran objeto de la investigación del Centro Nacional de Inteligencia. Si no tenía conocimiento de ello, algo harto improbable, es que en el Gobierno falla algo más que la seguridad de las comunicaciones del presidente y los ministros de Interior y Defensa. Si lo sabía, está obligado a decir a los ciudadanos por qué pacta con personajes tan peligrosos que merecen la intervención de sus comunicaciones por los responsables de la seguridad del Estado. Esperamos ansiosos esas prolijas explicaciones que, con tanto denuedo, sus ministros exigen a Juan Carlos I.

En cualquier caso, diga lo que diga, que será poco o nada, recibirá críticas a diestro y siniestro. Incluso de los ministros de Podemos, hábiles como pocos para poner una vela a Dios y otra al diablo, en el Gobierno y, al mismo tiempo, en la oposición. Cada sesión del Congreso da fe de su desgaste. Cada votación crucial es una incógnita hasta el último minuto. No hay iniciativa que presente el Partido Popular demandando comparecencias a la que no se sumen Esquerra o el PNV. Está en sus manos.

Si algún ingenuo afiliado del PSOE piensa aún que los dirigentes de su partido, con Susana Díaz encabezando el motín, echaron en su día a Pedro Sánchez sólo por un pulso de poder y no ha cambiado aún de opinión, tendrá razones sobradas para hacerlo a medida que la legislatura se agota. Se deshicieron de él porque, con un pacto como el que ha hecho para ocupar la Moncloa, Sánchez convertía, primero a su partido, después al presidente y su Gobierno y, en definitiva, a España, en rehén de los que sólo aspiran a sacar tajada en el mejor de los casos, en el peor a destruir la vigencia de nuestra Constitución.

La última prueba es el pacto que el PSC ha cerrado con los separatistas para burlar la sentencia del Supremo que obliga a impartir en castellano el 25 por ciento de las clases en Cataluña. Libran de la presión a los equipos directivos de los centros escolares para hacer responsable del incumplimiento de la ley a la consejería de Educación. En lo que los jueces resuelven la más que previsible demanda, pasarán otros tantos años. Pierden de nuevo los niños, pero Sánchez salva otro obstáculo.

La próxima cesión será más gravosa, la siguiente más escandalosa. ¿Hasta cuándo? Hasta que no tenga más que dar y le dejen caer. El que venga detrás tendrá que recomponer una gestión económica calamitosa, pagar el desgaste por hacer los recortes de gasto que Nadia Calviño sortea y levantar un país en el que la gran mayoría de sus ciudadanos, de izquierda y derecha, se sienten víctimas de la voracidad de unas minorías excluyentes que han secuestrado a su Gobierno. De los restos del PSOE, si es que queda algo, tendrán que ocuparse ellos.