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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Una historia verídica

En la urbanización no se habla de otra cosa que del milagro del papagayo de los Sheldon. Y mi única preocupación no es otra que saber, y no lo he conseguido, si los Sheldon o «Coco» van a favor del Liverpool

Hoy es sábado 28. Soy madridista hasta el páncreas y necesito sosiego. Jugamos la final de la Copa de Europa contra el Liverpool esta noche. Así que procedo a narrarles una historieta verídica que termina de desarrollarse con desenlace confuso en una urbanización de los alrededores de Madrid. Un matrimonio de abogados vive en una preciosa casa con amplio jardín. Sus vecinos, con los que se llevan divinamente, son jubilados ingleses, sin hijos, también poseedores de un jardín muy curioso, como se dice en Asturias. Mis amigos abogados tienen un perro «cocker», al que llaman «Mus», y sus vecinos británicos un espectacular papagayo azul brasileño, «Coco», inquilino de una inmensa jaula con todas las comodidades a las que un papagayo azul puede aspirar en esta vida.

Mis amigos letrados, ella penalista y él socio de uno de los más prestigiosos despachos de abogados de Madrid, después de un día de trabajo agotador, tomaban la copa vespertina en el porche de su casa. La escena que compartieron los dejó horrorizados. «Mus» surgió inesperadamente llevando entre sus fauces el cadáver de «Coco». El primer impulso de los abogados, coincidente, fue el de rescatar de la boca del perro al infortunado lórido, llamar a la puerta de sus vecinos, entregárselo, pedir toda suerte de disculpas y ofrecerse a adquirir otro papagayo para sustituir al difunto. Pero ella cambió de opinión. «Fernando, esta noche saltas la alambrada, de apenas un metro de altura que nos separa de la casa de los Sheldon, y con mucho cuidado depositas a «Coco» en su jaula». Fernando recapacitó y aceptó el reto. Los Sheldon cenan a las 7 de la tarde y se retiran muy temprano. Y a las 9 de la tarde, aproximadamente, Fernando saltó la alambrada con «Coco», abrió la jaula del finado guacamayo, lo dejó en el suelo de su jaula, la cerró, y aquí paz y después gloria y lo que te rondaré morena. Pero ninguno de los letrados pudo conciliar el sueño aquella noche. En sus sensibilidades se estableció una cruenta batalla entre el cansancio y la mala conciencia, y venció la mala conciencia con forma de papagayo. A todas estas, «Mus» fue castigado a no cenar. No estaba de acuerdo con el proceder de sus amos. Gruñó.

Por la mañana, Fernando intentó evitar el saludo a los Sheldon, pero estaban esperándolo. «Buenos días, Fernando. Ayer sucedió algo milagroso. No tiene explicación. Nuestro querido «Coco», falleció repentinamente. Probablemente por una mala digestión. Comió demasiadas pipas y trocitos de pera y kiwi. Jéssica y yo lo enterramos en nuestro jardín, junto al rosal de flores blancas. Rezamos por él, porque estamos seguros de que también existe un paraíso para los buenos papagayos. Apenas pudimos cenar y hemos llorado toda la noche a nuestro querido «Coco». Y esta mañana, incomprensiblemente, nuestro querido «Coco» ha aparecido muerto, pero dentro de su jaula. No le debió gustar el lugar que elegimos para su tumba, ha escapado de ella y su cuerpo sin vida ha llegado hasta la jaula y ahí se ha quedado. Estamos consternados, pero felices. Nuestro querido papagayo nos ha indicado que quiere ser enterrado en su jaula, y así lo vamos a hacer».

«Mus» no mató al papagayo. Su olfato le llevó hasta el rosal blanco y lo desenterró. Con él en la boca se presentó en su casa. Y la cadena de confusiones se precipitó.

En la urbanización no se habla de otra cosa que del milagro del papagayo de los Sheldon. Y mi única preocupación no es otra que saber, y no lo he conseguido, si los Sheldon o «Coco» van a favor del Liverpool. Si fuera así, no hay nada que hacer esta noche.

Maldito guacamayo.