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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Solo sí es sí

Veremos si Irene Montero mantiene su comisariado sexual cuando sus dos hijos varones salten a la cancha de la vida y una cretina como ella les tome la matrícula

Ninguna mujer va a dejar de ser violada por la estúpida ley del «solo sí es sí», que se ha aprobado con Irene Montero y Pedro Sánchez mirando para otro lado en el caso de las dos españolas asesinadas por decir «no es no» a un matrimonio a la fuerza en Pakistán.

A los violadores no les frena una ley mamarracha, como no les frenaba ya un Código Penal muy duro, cuyo mayor resquicio viene del partido que okupa el Ministerio de Igualdad: fue Podemos, con la complicidad temporal del PSOE, quien defendió la abolición de la prisión permanente revisable que mantiene a gentuza como 'El Chicle' en la trena o en la calle, cuando no existía, a salvajes como el asesino reincidente del niño de Lardero.

Luego si la ley Montero Sánchez no acabará con los violadores, como tampoco la de violencia de género con los asesinos, ¿a qué objetivo real obedece? Solo hay uno: criminalizar de antemano al hombre, haciéndole culpable de los peores delitos o sospechoso de estar a punto de cometerlos.

En España siguen muriendo 50 mujeres asesinadas por bestias que las consideran suyas o de nadie y se atreven a atacarlas porque son más fuertes, como el niño alto acosa al bajo en el colegio por su superioridad física y el león se come a la gacela porque es más grande.

Ninguna mujer va a dejar de ser violada por las estúpidas leyes de Montero, pero todos los hombres serán culpables o sospechosos de antemano si dan con una cretina como la ministra

Simplificar las razones de todos esos abusos contribuye a entenderlos mejor y quizá a encontrar la manera de frenarlos; pero derriba el negocio que, en torno a ellos, se ha montado con una industria onerosa que rinde enormes beneficios a demasiados vividores que se forran a costa de deformar el fenómeno y hacerlo irresoluble para pastar eternamente de él.

En España hay homófobos, machistas, violadores, racistas y asesinos, en un número no menor porque cualquier número es excesivo. Pero no hay una «cultura de la violación» como no la hay de la homofobia ni de ninguna de las etiquetas baratas que sus promotores inventan para hacer de la excepción una norma y poder generalizar su enfermizo discurso.

Ahora se han atrevido a regular el consentimiento, metiendo en la alcoba un comisariado sexual orwelliano que consagra la posibilidad de chantajear a un hombre con el que voluntariamente una mujer se haya pegado una fiesta, pero no detendrá al sinvergüenza que de verdad sea un peligro público.

¿Cómo se da el consentimiento? ¿Cómo se documenta? ¿Quién lo certifica? ¿Qué impide anularlo al día siguiente, si solo es verbal o gestual y una víbora percibe la facilidad de hacer negocio o cobrarse venganza por razones ajenas a los hechos?

Que una niñata como Montero se permita decir que hoy, gracias a ella, empieza la «libertad sexual» en España, obliga a preguntarle si ella misma no la tenía cuando concibió a sus hijos con el macho alfa. Y a pedirle cuentas cuando un violador vuelva a violar, un asesino vuelva a matar y un hombre inocente vaya al calabozo y se demuestre el montaje.

El delirante compendio de leyes taradas que impulsa Montero y suscribe Sánchez no salvará a nadie, señalará en vano a unos cuantos y asentará el modus operandi que esta semana hemos sufrido con estrépito: el indulto de María Sevilla, una psicópata presentada como una «madre coraje»; el silencio para las hermanas de Tarrasa, asesinadas por el «multiculturalismo»; y la incómoda sensación de que, cuando nos pongamos mirando a Cuenca, Echenique va a estar mirando y recopilando pruebas de que todo es correcto.

Salvo que Irene diga tres días después que allí no hubo consentimiento. Veremos si lo mantiene cuando sus dos hijos varones salten a la cancha de la vida y una cretina como ella les tome la matrícula. Como veremos también qué siente si su hija aborta con 16 años sin decírselo a papá y mamá.