Alcalde, ya va siendo hora…
En su consistorio no parece haber dudas para otorgar nombres de calles o estatuas o ambas cosas a políticos guerracivilistas de la izquierda, con las manos y el cuerpo entero manchados de sangre como son los casos de Francisco Largo Caballero o Indalecio Prieto
Hay figuras de la historia de España que están incomprensiblemente ausentes del callejero de la capital de la nación. Supongo que podrían ponerse muchísimos ejemplos, pero quiero resaltar uno que me parece especialmente ofensivo por comparación con la presencia que tienen en Madrid sus rivales políticos. Estoy hablando de don José María Gil-Robles y Quiñones, el más relevante jefe de la derecha democrática española durante la II República. El impulsor de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) que ganaron las elecciones de 1934 y que fueron durante todo ese convulso periodo el partido más votado de su espectro político. Don José María fue ciertamente un posibilista, que no hizo bandera de la defensa de la Monarquía caída, pero que tras la sangrienta contienda se alineó con Don Juan en Estoril y le dio su apoyo.
En 1935 Gil-Robles fue ministro de la Guerra durante ocho meses. Nada más asumir el cargo, y por consejo de los propios militares, nombró jefe del Estado Mayor a un general de 42 años: Francisco Franco. Cuando en plena guerra Gil-Robles fue a Salamanca a ver a Franco, Serrano Suñer le impidió el acceso y le mandó marcharse cuanto antes. Es entonces cuando se instala en Portugal donde su exilio llegará a durar 17 años. Y el acoso de Franco sobre su persona se llevó a tal extremo que llegó a ser confinado un año en el Norte de Portugal para apartarlo de Don Juan. La relación entre ambos ponía nervioso al generalísimo. Y la relación con Franco seguiría siendo mala tras su vuelta a España en 1953. Hasta el punto de ser desterrado en 1962 por participar en el llamado Contubernio de Múnich.
Hay otra parte de la vida de Gil-Robles especialmente relevante para los que trabajamos en El Debate. Desde los 21 años fue miembro de la Asociación Católica de Propagandistas y don Ángel Herrera Oria le integró en la redacción del periódico en la década de 1920. Y de la mano de Herrera Oria dio el paso a la política en 1931 en Acción Nacional, que se rebautizó en Acción Popular en 1932 y alrededor de la cual se agrupó la CEDA.
Pues ésta es la persona a la que el Ayuntamiento de Madrid nunca ha otorgado una calle. Un consistorio en el que no parece haber dudas para otorgar nombres de calles o estatuas o ambas cosas a políticos guerracivilistas de la izquierda, con las manos y el cuerpo entero manchados de sangre como son los casos de Francisco Largo Caballero o Indalecio Prieto. Y es un ayuntamiento que ha sido gobernado por el Partido Popular durante 26 de los últimos 30 años. Y no sólo este alcalde sabe que ha tenido reiteradas peticiones de poner el nombre de este estadista a una calle madrileña.
¿Qué más méritos hay que hacer para merecer una calle en Madrid, señor alcalde? Ya va siendo hora, por favor.