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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

El Real Madrid y «lo público»

Curioso: el mejor club de fútbol del mundo se ha construido haciendo exactamente lo contrario de lo que nos quiere imponer el «progresismo»

Actualizada 16:42

El Real Madrid lo ha vuelto a hacer. Dirán que con un poco de chiripa y con un Courtois con más brazos que el dios Shiva. Pero su nuevo éxito, su decimocuarta Copa de Europa, es el resultado de un hecho que va más allá de los avatares del juego. El Real Madrid va sumando más y más copas en unas vitrinas ya repletas porque es el mejor club de fútbol del mundo, el de más solera y categoría y el más rico. Así de sencillo, y así de difícil de conseguir.

Se cuentan con los dedos de una mano las materias en las que España es número uno del planeta (a lo mejor incluso sobran dedos). Tenemos el mejor club de fútbol, que es el deporte rey; tenemos la primera multinacional de moda; somos una potencia turística; se dice que hoy por hoy nuestra gastronomía no tiene rival… y poco más en lo que seamos realmente el número uno universal. Por eso es interesante echar un ojo a cómo se ha construido el Real Madrid y qué lo distingue.

El Real Madrid no lo crea un decreto ministerial, no es un milagro de «lo público», por utilizar la expresión que salmodian nuestros plúmbeos ministros como si fuese una plegaria salvífica. El Madrid Football-Club nace de la curiosidad de un estudiante de Ingeniería de Minas, el madrileño Juan Palacios. Su trato con unos amigos ingleses hace que le entre la curiosidad por un nuevo deporte que se juega a puntapiés. Palacios le pide entonces a su suegro, un marmolista, que le preste un solar para probar. Y allí nace en 1900 el embrión del club, con su promotor ejerciendo también de capitán y de delantero centro.

El Real Madrid no es fruto de una visión cerrada y cateta, en la que cada uno se repliega en su región y contempla admirado su ombligo diferencial. El segundo y el tercer presidente del Real Madrid y cofundadores del club fueron los catalanísimos hermanos Padrós, hijos de una familia de Barcelona con un comercio textil. A los 16 años se vienen a Madrid y acaban abriendo una exitosa tienda de telas de categoría en el número 48 de la calle Alcalá. Por supuesto se integran sin problemas en ese crisol abierto a todos que es la capital de España. El catalán Juan Padrós será de hecho el presidente bajo cuyo mandato se legaliza el Madrid y su hermano lo sucederá en el cargo. El presidente más mítico del madridismo, Bernabéu, que entre 1943 y 1978 ideó el despegue del club, venía de Almansa y llegó a Madrid en su adolescencia.

Los gobiernos no meten la cuchara en el Real Madrid, que ni vive de la subvención ni necesita adular al poder. El Real Madrid es una obra de la sociedad civil y un sueño liberal. Todavía hoy es propiedad de sus socios, más de 90.000, gentes de toda procedencia y condición. Se gestiona, además, como una empresa privada, acorde a parámetros de competitividad económica, con unas cuentas saneadas.

El Real Madrid no está por la igualación a la baja y la ley del mínimo esfuerzo. Su escuela es la de la máxima profesionalidad y mantiene un grado de exigencia altísimo, hasta el extremo de que ha enseñado la puerta a auténticos mitos del equipo por la sencilla razón de que empezaban a no rendir al nivel que demanda la entidad, la mejor del mundo de lo suyo. Su patrón de conducta es la caballerosidad y un cierto código de honor que todavía pervive, dos valores poco «progresistas». Resulta revelador, por ejemplo, que en las celebraciones del domingo acudieron a la catedral de la Almudena a ofrendar la Copa.

El Real Madrid piensa a largo plazo, no vive cegado por lo instantáneo y por los brillos del éxito inmediato. Planifica el futuro. Su presidente actual, Florentino Pérez, un ingeniero madrileño, como el fundador del club, está rematando un estadio de 800 millones, que va a cambiar el concepto de lo que es un coliseo multiusos. En su día tuvo también la visión de crear una ciudad deportiva de ensueño en un secarral que parecía el fin del mundo, pero que hoy es un nuevo barrio de futuro de Madrid. También entiende las reglas del negocio e intenta reinventarlo, como con la Superliga Europea (que acabará haciéndose, porque la lógica mercantil está de su parte).

El Real Madrid tiene su puerta abierta a todo el mundo. El sábado, en la noche de la Decimocuarta y las celebraciones, me crucé por el centro de Madrid con un grupo de mexicanos con banderas españolas y latas de Mahou en ristre, que vivían el triunfo de París con más euforia que un madrileño gato de cuatro generaciones. El Real Madrid no enarbola la causa de ningún pueblo que se cree elegido, ni propone dar por saco a sus vecinos y romper con ellos. Todo lo contrario: es un logo universal al que todo el mundo es bienvenido.

En resumen, el inmenso éxito del Real Madrid, que va más allá de que un día pueda entrar o no el balón, ejemplifica un modo de hacer las cosas que está en las antípodas de lo que hoy se inculca desde la España oficial. Nuestro país iría bastante mejor si imitase el modo en que el club blanco afronta la liza en un mundo hipercompetitivo, donde solo sirve intentar ser el mejor, no solazarse en la medianía subvencionada, la envidia y la queja victimista.

Y a todo esto, reconozco que no soy madridista, qué le vamos a hacer (llevo encima la simpatía de cuna por el Dépor, el único equipo que de verdad me hace tilín). Pero las evidencias hay que reconocerlas y aplaudir y aprender ante lo que se hace bien.

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