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GaleanaEdurne Uriarte

Una, grande y libre

Ha fallado el Estado, dicen muchos, pero es muy difícil que el Estado tenga éxito si uno de los dos grandes partidos de España aún insiste en apoyar los desmanes del nacionalismo

Me pasó en mis primeros años de profesora en la Universidad del País Vasco, a principios de los noventa. Explicaba en mi clase el Estado de las Autonomías y el conflicto nacionalista en una democracia, cuando hube de escuchar la enésima intervención mitinera de un alumno en contra de lo que consideraba el «Estado centralista y opresor español» y a favor de la independencia del País Vasco. Le contesté que su discurso se parecía mucho al «una, grande y libre» del franquismo, es decir, al nacionalismo autoritario contrario a la libertad y al pluralismo, lo que provocó la indignación de mis alumnos nacionalistas, que eran los únicos que exponían públicamente sus opiniones, mientras callaban temerosos los demás. Lo cierto es que se me fue un poco la mano con el paralelismo, había maneras más sutiles de explicarles el autoritarismo a aquellos jóvenes nacionalistas fanatizados, pero lo cierto también es que esa es la esencia de los nacionalismos étnicos que una democracia de casi 50 años no ha conseguido cambiar. Seguimos exactamente igual treinta años después de aquella clase, con unos nacionalismos que del activismo contra la dictadura pasaron al activismo contra el pluralismo, la diversidad y la libertad allí donde gobiernan.

Y eso es lo que está ocurriendo de nuevo en Cataluña con la sentencia del TSJC, ratificada por el Tribunal Supremo, de al menos un 25 por ciento de castellano como lengua vehicular en la enseñanza. Ahora, con la decisión de la Generalitat de incumplir una sentencia judicial, aprobando para ello un decreto diseñado para saltarse la sentencia, y, de paso, la Constitución y toda la doctrina constitucional en la materia. Pero tan relevante como la insumisión al Estado de derecho es el objetivo de esa insumisión, que no es otro que impedir el bilingüismo y la diversidad en Cataluña, imponiendo un modelo lingüístico y cultural monolítico y excluyente.

Lo más sorprendente e inquietante desde un punto de vista democrático es que los tics autoritarios de los nacionalismos étnicos se han disfrazado de defensa de minorías y profundización de la democracia, y ese disfraz ha tenido un notable éxito. La teoría sobre la inmersión es una buena muestra: con la coartada de defender una lengua minoritaria, se excluye a la lengua mayoritaria, o, lo que es lo mismo, se cuestiona el bilingüismo y la diversidad cultural. Y, aún más, se establece que la lengua mayoritaria, el castellano, no es una lengua propia, por mucho que la hablen todos los catalanes. Y este discurso es aceptado y apoyado, entre otros, por los socialistas, como la ministra de Educación, Pilar Alegría, que defiende con entusiasmo la estrategia nacionalista de la inmersión y su concepto de lengua propia.

El PSC parece haber dudado con el decreto de la insumisión, pero justamente días después de consensuar con los nacionalistas una proposición de ley en el Parlamento catalán que dice lo mismo que ese decreto. Con esa incapacidad de la izquierda española para entender la enorme contradicción que el nacionalismo autoritario plantea respecto a la diversidad y la pluralidad de una sociedad democrática. Ha fallado el Estado, dicen muchos, pero es muy difícil que el Estado tenga éxito si uno de los dos grandes partidos de España aún insiste en apoyar los desmanes del nacionalismo.