¿Qué queremos hacer con Rusia?
Rusia invadió Ucrania en el marco de una recomposición del orden europeo. No estamos solo ante un problema bilateral. Desde el Kremlin se administran nuestras vulnerabilidades al tiempo que se alimentan las tensiones internas
Unas declaraciones del presidente Macron han vuelto a provocar una fuerte tensión en el seno de la comunidad europea y atlántica. No ha sido la primera vez, ni será la última. Estamos, de nuevo, ante la expresión de formas distintas de entender la seguridad continental.
Rusia no solo aceptó la independencia de Ucrania, también se comprometió formalmente a garantizar su integridad a cambio de que se deshiciera de sus capacidades nucleares. Sin embargo, incumplió su compromiso, conquistó la península de Crimea y ocupó una parte de la región del Donbás. Ahora Rusia ha vuelto a invadir Ucrania con objetivos que desconocemos, pero que suponen, como poco, la ocupación de Kiev, la conexión entre Crimea y el Donbás por Mariúpol y la toma de la ciudad de Odesa, que quedaría unida igualmente a Crimea. Ante un comportamiento como éste caben pocos compromisos. Hasta Alemania, que a lo largo de las últimas décadas ha desarrollado una intensa estrategia de pacificación con Rusia, ha tenido que reconocer su fracaso, revisando en profundidad su política a costa de un sacrificio económico extraordinario.
En este contexto, el presidente francés ha afirmado que hay que evitar humillar a Putin. ¡El responsable de la muerte de miles de ucranianos y rusos! ¡Quien está destruyendo sistemáticamente los medios de trasporte y las capacidades económicas ucranianas! Que Macron carece de empatía es un tópico en el debate político francés. Pero tratemos de ir más allá, de ver qué hay detrás de una desafortunada expresión carente de sensibilidad.
Estados como Francia, Alemania e Italia analizan la guerra de Ucrania desde la perspectiva de la seguridad europea. Recordemos que Putin planteó previamente una revisión de la presencia norteamericana en el Viejo Continente y que nuestra negativa le llevó a activar la invasión de Ucrania, preparada con mucha antelación. Para estas potencias es impensable una ruptura definitiva con el Kremlin y en todo momento, como quedó claro durante la invasión de Crimea y el Donbás hace ya años, están dispuestas a sacrificar la integridad territorial de Ucrania con tal de llegar a un nuevo equilibrio.
¿Es posible compatibilizar los valores fundacionales de la Unión Europea y de la Alianza Atlántica con la entrega de una parte de Ucrania a Rusia, para dar así alguna satisfacción a su nacionalismo? ¿Una Europa postatlántica podría construirse sobre una cesión de esas dimensiones? De entrada, esta situación está llevando a una grave división en Europa, que afectará seriamente a su cohesión. Por otro lado, ¿están los defensores de la integridad ucraniana dispuestos a aguantar el pulso hasta expulsar a las fuerzas rusas del Donbás y de Crimea?
Rusia invadió Ucrania en el marco de una recomposición del orden europeo. No estamos solo ante un problema bilateral. Desde el Kremlin se administran nuestras vulnerabilidades –energía, cadenas de suministros, inflación– al tiempo que se alimentan las tensiones internas. Ellos están convencidos de que no aguantaremos el pulso, a sabiendas de que en cualquier caso tendrán que pagar un precio muy alto. ¿Cuánto tiempo aguantará la sociedad alemana los sacrificios que su rectificación conlleva? ¿Hasta cuándo el Capitolio respaldará la posición de indudable firmeza enarbolada por el presidente Biden? La respuesta a estas preguntas determinará el futuro de Europa.