Sánchez acabará con la prostitución
Sánchez solo es capaz de tapar los problemas reales con una capa de sanchina, el ungüento falso que promete pelo donde hay calvas y milagros donde solo hay tragedias, sin cambiar nada e incluso empeorándolo
El Gobierno chulísimo va a abolir la prostitución, aunque en el viaje no se incluya la modalidad política que sin duda supone el comercio carnal de Sánchez con Iglesias, Junqueras y Otegi, mucho más sórdido que cualquiera practicado en un siniestro club de carretera.
La prohibición dejaría sin trabajo al propio suegro de Sánchez de seguir dedicado al universo de la relajación, con el que tal vez pudo sufragar su parte del banquete nupcial del actual presidente con su hijita, la ínclita Begoña Gómez; pero felizmente para sus intereses llega con el ajuar ya hecho: tiene morbo, no obstante, imaginar el debate que al respecto mantendrá la familia Sánchez-Gómez cuando el asunto salga en una cena de Nochebuena y el artista de Moncloa tenga ocasión de pasear sus reformas en los hocicos de su invitado ya emérito.
No muy distinto al que quizá haya en tantas casas socialistas cuando, al llegar al hogar tras una larga jornada de lucha contra el franquismo o la enseñanza concertada, comenten las vicisitudes del día con el abuelo jerarca del Régimen o los niños llegados del Liceo Francés.
La persecución de la prostitución, que es una actividad degradante para los usuarios y para los prestadores del servicio, suena no obstante un poco a la chistosa pose de Woody Allen cuando, en una rueda de prensa en el Festival de Cine de San Sebastián, le preguntaron su opinión sobre la muerte:
«Estoy en contra», dijo socarronamente el autor de Annie Hall, proscrito ahora por las brujas de Salem modernas entre acusaciones indemostradas, e indemostrables, de abusos denunciados por la tarada de Mia Farrow.
Hay problemas que ofenden a la condición humana e invitan a una reflexión colectiva sobre sus orígenes, circunstancias y alternativas. Y sin duda la prostitución es uno de ellos: nadie, intuyo, vendería su cuerpo al mejor postor si tuviera otra forma de ganarse la vida.
Pero la política ha de ser una disciplina que, a partir de unos ideales, gestione las realidades de la manera más práctica posible y responda con sinceridad a cada pregunta que la vida le plantee: ¿puede hacer desaparecer la prostitución solo con prohibirla?
Si la respuesta es afirmativa, adelante con los faroles y que la realidad virtual y el metaverso ofrezcan a los cerdos las bellotas que ahora les sirven entre luces rojas.
Pero si es negativa, y no pueden erradicar un oficio del que existen datos en la Sumeria de 2.400 años antes de Cristo, la reforma legal será un brindis al sol y un autohomenaje barato con el único efecto práctico de que aumentará la clandestinidad y los peligros para los trabajadores del triste sector.
Sánchez solo es bueno en fabricar titulares que le permitan vender logros inexistentes a la mayor gloria propia. Y solo es capaz de tapar los problemas reales con una capa de sanchina, el ungüento falso que promete pelo donde hay calvas y milagros donde solo hay tragedias, sin cambiar nada e incluso empeorándolo: la contrarreforma laboral solo ha servido para cambiar el nombre de los parados y engordar los costes de la contratación para el empresario y el trabajador.
Y también, ahora, para lograr que las putas ejerzan en una esquina más oscura, más peligrosa y más expuesta. Feliz Nochebuena, presidente.