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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Islas del Guadalquivir

La OTAN recela, la UE advierte, Argelia se harta, Marruecos chantajea, los españoles preparamos nuestra huida a no se sabe dónde, y la Alhambra, la Mezquita y el castillo de San Marcos ya están envueltos en papel de regalo

Argelia ha roto su amistad con España. O mejor escrito. Ha roto su amistad con Sánchez por su entrega del Sahara a Marruecos. Foxá lo dijo cuando España, injustamente, fue expulsada a principios del franquismo de la Sociedad de Naciones. «Menuda patada le han dado a Franco en nuestro culo». Después de la operación «Pegasus», Sánchez está desenfrenado. Los marroquíes tienen en su poder toda suerte de detalles escabrosos y financieros del matrimonio que hoy nos gobierna en España. Porque nos gobierna el matrimonio, y de eso no alberguen la menor duda. Se cambia el turno de los versos y esto sale: «Monta tanto, tanto monta/ Perico como Begoña». Me entero ahora de que han echado a Begoña del Instituto de Empresa, y eso muestra la debilidad de la chica. Lo cierto es que Sánchez está siendo chantajeado por un Estado a cambio de no sacar a la luz sus secretos. Y Argelia se ha sentido traicionada y nos ha mandado a paseo, cuando yo, como español por los cuatro costados, jamás he tenido la necesidad de traicionar a Argelia. El gran poeta de las marismas, Fernando Villalón, ganadero de reses bravas sin posible lidia, garrochista, señorito, quiromántico y poeta tardío pero excepcional además de marqués de Miraflores de los Ángeles, lo escribió en soleares: «¡Islas del Guadalquivir/ donde se fueron los moros/ que no se quisieron ir!». A este paso, si los espías de Mojamé siguen coaccionando al matrimonio que nos gobierna, Sánchez les va a entregar, en nombre de todos los españoles, la Alhambra de Granada, la Mezquita de Córdoba –con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho–, y hasta el señero castillo de San Marcos en el Puerto de Santa María, que domina la muerte del Guadalete en la bahía de Cádiz, y donde Alfonso X el Sabio escribiera algunas de sus cantigas. Guadalete, el río, el agua del olvido. Y habrá que cambiar los versos de Villalón: «¡Islas del Guadalquivir,/ donde fuimos los cristianos/ que no nos quisimos ir!».

Ya están enviando pateras abarrotadas desde las costas de Argelia a las Islas Baleares, su España más próxima. Ceuta, Melilla, los peñones de Vélez y la Gomera, el de Alhucemas, las islas Chafarinas y hasta la discreta y reconquistada isla del Perejil, serán de Marruecos en menos tiempo del necesario para que el dromedario preferido de Mojamé proceda a su pedorreta matinal. Territorios que son España con cuatro siglos de antelación a la creación del Reino de Marruecos serán entregados a cambio del silencio. No confíe tanto el singular matrimonio que en la Moncloa yace y despega, en el silencio de la morería. De repente, se hartan y sueltan todo lo que saben. Y lo que saben de Sánchez equivale –lo calculó un experto días atrás–, al contenido de más de 2.500 libros de una biblioteca especializada. Por eso y mucho más, la OTAN recela, la UE advierte, Argelia se harta, Marruecos chantajea, los españoles preparamos nuestra huida a no se sabe dónde, y la Alhambra, la Mezquita y el castillo de San Marcos ya están envueltos en papel de regalo.

Todo está muy bien. Sucede que Sánchez y su esposa han olvidado que España, tan prudente, tan mansa, tan obediente, tan abandonada por la cultura –me refiero a la España de hoy–, tan desligada de su historia, tan manipulada, de golpe, sin que se presienta su reacción, se levanta y no consiente ser regalada, ni troceada ni humillada. Y ese levantamiento está a punto de producirse, no por la fuerza de las armas, sino por los resultados de los votos que serán depositados en miles de urnas en apenas diez días. Y por ahí puede iniciarse la nueva reconquista, y retornar a los tiempos de la diplomacia flexible, y al matrimonio y su cuadrilla de incompetentes y traidores, pues que les vaya bonito. Y nada hay más bonito que una panorámica, un paisaje español visto a través de unos barrotes. O una estancia en el Caribe con toda suerte de comodidades y hasta el final de sus días. Yo, personalmente, de ser Sánchez, elegiría la primera opción. España más cerca y con menos mosquitos.