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HorizonteRamón Pérez-Maura

Nuestra decadencia

Lo más a lo que se puede aspirar es a un alto el fuego, más o menos definitivo, que implique la incorporación del Este de Ucrania a Rusia. Es decir, la agresión no habrá tenido consecuencias geopolíticas para Rusia. Sí las habrá tenido en costes humanos, pero eso en una dictadura da más o menos igual

Quizá tuvieran ayer la ocasión de leer en El Debate la entrevista que publicábamos con John Bolton, quien fuera embajador del presidente Bush hijo en la ONU y consejero de Seguridad Nacional del presidente Trump hasta que este le defenestró con pésimos modos. Su libro sobre esa etapa vendió 1,4 millones de ejemplares y contó una serie de miserias apabullantes. Dicho lo cual, no es que no le hayan condenado por nada de lo que decía en el libro. Es que ni le demandaron.

El pesimismo que Bolton manifestaba sobre el futuro de la guerra de Ucrania, o lo que es lo mismo, su pesimismo sobre Occidente, me dejó helado. A lo largo de dos días tuve ocasión de compartir unas cinco horas con él, incluyendo un almuerzo y una cena. Desde su enorme conocimiento, tanto de Rusia como de Estados Unidos y de Europa, lo que llamamos Occidente, me deprimió mucho su pesimismo. Porque todo indica que Occidente no está dispuesto a dar la batalla. Aquí se enfrentan un sistema de libertades y una dictadura. Y es obvio que es mucho más fácil controlar la opinión pública en una dictadura. Está claro que tenemos ante nosotros una guerra que va a durar mucho. Ni siquiera muchos meses. Quizá varios años. Y en ese contexto, cada vez serán más los que presionen por la reapertura de los mercados con el agresor. No hará falta decir que yo estoy a favor del libre comercio. Pero me parece que eso tiene el límite de no vender tus productos en países que hacen agresiones militares injustificadas. Y como dice Bolton, personalidades como Emmanuel Macron ya empiezan a decir que habrá que acabar con este régimen de sanciones a Rusia.

Lo que tenemos en el horizonte es que, a día de hoy, no se ha librado ni una batallita en territorio ruso. Y que lo más a lo que se puede aspirar es a un alto el fuego, más o menos definitivo, que implique la incorporación del Este de Ucrania a Rusia. Es decir, la agresión no habrá tenido consecuencias geopolíticas para Moscú. Sí las habrá tenido en costes humanos, pero eso en una dictadura da más o menos igual. Nunca supimos los costes que tuvo para Rusia la invasión de Afganistán –a lo largo de diez años, muchos más que la de Ucrania– y se retiraron sin hacer balance oficial. Pero Afganistán era una invasión estratégica y la de Ucrania es vista por la mayoría del pueblo ruso como una ocupación patriótica de la que no hay que dar explicaciones a nadie. Ellos creen que están allí por derecho propio.

Lo más deprimente de todo este escenario es que demuestra la decadencia de Occidente. No somos capaces de librar la más mínima batalla por los valores que sustentan nuestro sistema político. Afortunadamente a diferencia de lo que ocurrió en la guerra de los Balcanes en la década de 1990, aquí ha habido una notable reacción de solidaridad. Pero ha sido efímera.

Ronald Reagan dijo a Helmuth Kohl que era un disparate hacer de Alemania un país dependiente de los recursos energéticos de Rusia. No le hicieron caso. Era «un anciano fuera de su tiempo» decían del americano. Como en tantas otras cosas, los hechos le han dado la razón. La guerra seguirá en noviembre. Y ya veremos lo que ocurre cuando los alemanes se queden sin gas. El propio canciller Scholtz le llevará a Putin el pago en rublos en una carretilla, corriendo autopista adelante.