Sostenella y no enmendalla
Cuando se llama tarado a un golpista que huye escondido en un maletero, envainársela es lo más adecuado para seguir viviendo a cuerpo de emir gracias a la generosidad de la Nación golpeada
Contaba Jaime Campmany que en una localidad murciana, las dos familias predominantes se aborrecían. En la pequeña feria organizada por la fiesta patronal y local, tomaba una copa de más un varón de la familia A y pasó por delante de la caseta una mujer de la familia B, de gran tamaño y generosa obesidad. El hombre de la familia A al paso de la señora gorda del clan rival, le soltó una inconveniencia zoológica: «Adiós, hipopótama». Y se armó el lío. Puñetazos, golpes, gritos, sillas voladoras y tumulto. Fue detenido el faltón de la familia A, pero el juez de paz intentó una reconciliación entre las dos partes siempre que el bocazas de la familia A se disculpara ante la gorda de la familia B.
«¿Reconoce usted que ha faltado al honor y al respeto de la señora cuando le dijo que era una hipopótama?». «Lo reconozco, señoría». « ¿Se disculpa ante la señora?»; «Me disculpo, señoría». «Señora, ¿acepta usted las disculpas del señor?»; «No es un señor, pero las acepto». «En tal caso, el señor se disculpa, la señora acepta las disculpas, se firma el acta y cada uno a su casa. En dos minutos les pasamos el acta para la firma». Llegó el acta, firmó el varón insultador, firmó la mujer insultada, firmaron los testigos de cada parte, firmó el juez de paz, y cuando ya estaba todo firmado, rubricado y confirmado, el faltón le formuló al juez la siguiente y comprometida pregunta: «Señoría, ¿a las hipopótamas se les puede decir «señoras»? El juez titubeó. Y aprovechando el titubeo y la duda, el bocazas se dirigió a la gorda: «Beso sus pies, señora». Y abandonó la sala. Sostenella y no enmendalla se llama esa figura.
El que no sostiene nada y enmienda todo es otro tipo de bocazas, aún peor educado que el protagonista del anterior sucedido, pero con menos integridad que una muralla de gominolas. Rufián. Sí, ese pobre hombre que sufre todos los meses percibiendo su sueldazo del Congreso de los Diputados de una nación extraña. Anunció que dejaría el escaño en seis meses y lleva más de tres años percibiendo con humillación su sueldo, sus dietas, sus ventajas fiscales, su teléfono móvil, su tableta, sus billetes en clase preferente y su ayuda a la vivienda cada vez que se desplaza a la capital del país extranjero que le paga todo, Madrid. Rufián no es gracioso, y proviene de Almería, que es una provincia híbrida de Andalucía y Murcia, precisamente.
Se le fue la boca, y calificó en público al forajido del maletero, a Puigdemont, de «tarado». Los independentistas se llevan muy bien, y ésta es la muestra. Pero nada de sostenella y no enmendalla. Fue llamado por el pequeño Aragonés, presidente de la Generalidad de Cataluña e hijo y nieto de alcaldes y empresarios franquistas, y con la gallarda firmeza que le caracteriza, le chorreó a Rufián, obligándolo a rectificar su calificativo referido a Puigdemont. Recuerdo su frase textual. «Puigdemont es un tarado». Y cuando todos esperábamos una reacción digna y firme de Rufián, éste se disculpó casi con lágrimas a punto de cauce y arroyuelo asomando a sus ojos, temblor de barbilla y voz asustadita. Este Rufián, que es un faltón permanente, se la envaina a la primera.
Lo malo es que eso se contagia. Y quizá el contagiado es él. Cuando se llama tarado a un golpista que huye escondido en un maletero, envainársela es lo más adecuado para seguir viviendo a cuerpo de emir gracias a la generosidad de la Nación golpeada.
Cobardica Rufián. En el colegio, cuando alguien acusaba a otro, o hacía de chivato, o lloraba por un balonazo, le decíamos «nena».
Rufián: nena.